Carta #16: La paciencia es nuestro combustible más valioso

Hola chicas, chicos, madres y padres de familia 

Doy inicio a este nuevo mensaje retomando el “método” ingeniado por Aureliano Buendía con el cual los habitantes de Macondo estuvieron dispuestos a luchar contra el olvido. Quiero, en una pequeña “máquina de la memoria”, como la que quiso fabricar José Arcadio, repasar algunos de los aportes hasta acá consignados mientras se aparece en El viaje familiar en tiempos de pandemia, Melquiades, el jefe de aquella tribu que fue borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano. Tribu que, como muchas comunidades ancestrales del continente, contribuyó con el engrandecimiento de la aldea con su milenaria sabiduría y sus fabulosos inventos (García M., 2007, p. 50).

Las cerca de doce mil palabras y más de 50 mil caracteres puestos en ese imaginario “diccionario giratorio”, erigido con “catorce mil fichas” por José Arcadio Buendía y que para nuestro caso le hemos denominado cartas, son el andamiaje que nos permite, junto con otras iniciativas, auscultar nuestro camino hacia la escuela, al trabajo in situ y al restablecimiento material de las relaciones que tenemos en espera, motivados por el cuidado, el autocuidado y la prevención. 

“La situación es grave, pero tiene solución. Sabemos cuál es el mal y cuál es el remedio. Ya les pasó a otras personas, aprendamos de ellas. El peor ciego es el que no quiere ver. Tomar en serio el pensamiento del otro, de la otra y de los otros. El que jamás se desalienta “aprender de la experiencia de los demás”. Hacer salir a alguien de una indigestión para que pueda tener apetito. Un mundo que está lleno de ciegos vivos. La paciencia es buena para la vista. Es el cansancio. Es grande quien jamás se desalienta. Cuidado, autocuidado y protección. Participar en juegos con las hermanas y hermanos. Bañarse las manos. Hidratarse. El adjetivo cuando no da vida mata. El amor es ciego. Sabiduría. Al virus se le desintegra. El remedio está en nuestras manos: Dolor. Muerte. Soledad. Sentimientos. Vida. Salud. Razón. Emociones. Cuarentena…”    

Estas fichas y las miles que hemos construido armando esta máquina epistolar son piezas del yunque que nos sirven para para jugar en el laboratorio del hogar mientras llega el Melquiades de la vacuna para protegernos de esa molécula que- como lo escribe Carolina Sanín- entra en contacto con la célula, hace que ella lea algo y repita aquello que lee y, además, que le copie muchas veces, y finalmente se destruya por lo que ha leído y repetido.  Sin duda, que demora, pero llegará y mientras llega inmunicémonos con buenas dosis de literatura y filosofía.

La paciencia es buena para la vista son las enseñanzas que nos dejan las personas que padecieron la ceguera. “Es la vida más que la muerte la que no tiene límites” (García, 1985, p. 409) concluye el capitán del barco, que transportó a Florentino Ariza y a Fermina Daza, al mirarlos a los ojos como miró la india Visitación a la niña Rebeca. Macondo celebró la conquista de los recuerdos una vez José Arcadio bebió, de manos de Melquiades, esa sustancia de color apacible que le hizo llegar la luz a su memoria.    

Pero, con todo eso, “yo me esforzaré a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y esteme vuestra merced atento, que ya comienzo”, dijo Sancho. “Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar… Y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas no fue así como quiera, que fue una sentencia que dice ‘y el mal, para quien le fuere a buscar’, que viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna parte” (De Cervantes S., 1999). El mal o el contagio para quien no cumpla la cuarentena, para quien salga a encantararse con el Covid-19. 

Hasta la próxima y felicidades amiguitas y amiguitos.

La profe Esperanza 

Recuerden consultar las siguientes las obras de los siguientes autores: 

De Cervantes S., M. (1999). El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. (A. L. S.L., Ed.). Madrid España.

García, G. (1985). El amor en los tiempos del cólera. (Norma, Ed.). Bogotá D.E.

García M., G. (2007). Cien años de soledad. (S. Ediciones, Ed.) (Edición no). Bogotá Colombia.

Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. (Nomos S.A, Ed.). Bogotá DC.

Carta #15: Lecciones de Aureliano para salvarnos del olvido

Estimadas madres de familia, estudiantes y padres de familia. 

En este acumulado de cartas hemos referido tres epidemias y una pandemia. Quiero anotarlos porque ahora que hemos llegado a la peste del insomnio. No quiero que me asedie el olvido, aunque todavía no he saboreado los gallitos verdes de insomnio, ni los exquisitos peces rosados de insomnio, tampoco los tiernos caballitos amarillos, ni aún he visto las imágenes que sueñan mis destinatarios padres de familia y estudiantes. 

La fiebre del cólera en el río Magdalena que impidió el desembarque de Fermina Daza y Florentino Ariza es un ejemplo sobredicho; otro es el mal blanco o la pérdida de la mirada que es el <<arte de los ojos>>(Faciolince, 1997, p. 17) -como lo nomina Faciolince-, que se apoderó de los pobladores de una ciudad y hubo que recluirlos en un manicomio con unas medidas drásticas. 

El tercer ejemplo que nos falta ahondar es la peste del insomnio que invadió a todos los habitantes de una población costera colombiana llamada Macondo y, el cuarto, la pandemia del Coronavid -19 que venimos abordando a través de El viaje familiar en tiempos de pandemia y cuya historia apenas estamos escribiendo. 

Queda como sugerencia La peste de Albert Camus, pero en verdad no le ha dado relevancia en este momento porque la obra detalla mucho a las ratas y hay personas que les tienen miedo, por lo tanto, no quiero incomodar sino potenciar el bienestar y la esperanza.   

Dijimos que fue a través de Rebeca que llegó la peste a Macondo. Inicialmente parecía algo inofensivo y mas bien benévolo para la población. El fundador del pueblo sostenía jocosamente que si no volvían a dormir pues mejor, porque de esa manera rendiría más la vida. Pero Visitación, que ya conocía de la enfermedad, les explicó que lo más terrible no era la imposibilidad de dormir sino su inexorable evolución hacia el olvido. 

Cuando la persona se acostumbraba a estar en vigilia se le empezaban a borrar los recuerdo desde la infancia como cuando le ingresa al computador un Troyano; luego, el nombre y la noción de las cosas y por último la identidad de las personas y la consciencia del propio ser hasta hundirse en un estado de idiotez sin pasado. 

José Arcadio Buendía juzgó que eso era superstición de la indígena, empero Úrsula si tomó la precaución de aislar a Rebeca de los niños y niñas. Debieron transcurrir cincuenta horas para que los integrantes de la familia Buendía dieran por hecho que ninguno dormía ante lo cual Úrsula, aplicando las enseñanzas de su madre, preparó un brebaje de acónito e hizo que todos los tomaron, pero los resultados fueron infructuosos, nadie se dormitaba. 

Construir la solución

Fue entonces cuando José Arcadio Buendía percibió que el pueblo estaba invadido por la peste y por fin reunió a todos los jefes de familia, para explicarles lo que sabía acerca de la enfermedad, y acordar medidas para que el contagio no se propagara en la región. Una de las primeras medidas que puso en escena fue quitarles, a los chivos, unas campanitas que cargaban y ponerlas, a la entrada de Macondo, a disposición de quienes desatendían las recomendaciones e insistían en ingresar al poblado. 

Todos los forasteros que deambulaban por las calles de Macondo debían hacer sonar la campanita, para que los enfermos supiesen que estaban sanos. Como la enfermedad entraba por la boca fue prohibido el consumo de bebidas y comidas. Tan eficaz fue la cuarentena, <<que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural , y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir>> (García M., 2007, p. 61).    

Aureliano Buendía fue el primer poblador en encontrar la formula para no olvidar. Un día, estaba buscando el yunque para trabajar y no recordó el nombre, entonces le preguntó a José Arcadio y él le dijo: <<tas>>. Aureliano escribió el nombre en un papelito y lo pegó en la base del yunque. Después no se acordó de lo hecho por lo difícil del nombre y fue cuando se percató de que no recordaba tampoco los nombres de los objetos del laboratorio. 

Entonces recurrió a marcar a cada cosa con su nombre y así se lo enseñó a José Arcadio, quien lo puso en práctica en la casa y luego en el pueblo. Con un pincel entintado marcaban las cosas con su respectivo nombre: mesa, silla, cacerola, cama, reloj, puerta, vaca, chivo, gallina, yuca. 

Dada la gravedad de lo que estaba ocurriendo José Arcadio fue precavido y optó porque cada cosa tuviera escrito, además del nombre, los rasgos y su utilidad por si algún día el olvido intentaba borrar todo. 

Fue así como, por ejemplo, a la vaca le colgaron un letrero que decía: <<Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche>> (García, 2007, p. 60).       

Bueno chicas, chicos, madres y padres, que el insomnio no los contagie, hay que dormir bien.

Nota. Les recuerdo consultar las siguientes obras: 

Camus, A. (1999). La peste. (FCE, Ed.). México.

Faciolince, H. (1997). Tratado de culinaria para mujeres tristes. (Alfaguara, Ed.) (Primera). Santafé de Bogotá.

García M., G. (2007). Cien años de soledad. (S. Ediciones, Ed.) (Edición no). Bogotá Colombia.

Carta #14: Nos salvamos juntos o nos hundimos por separado

Queridas y queridos estudiantes, madres y padres de familia.

Por medio de esta misiva quiero declararles mi gratitud y admiración por la paciencia que han tenido. <<La paciencia es buena para la vista>> citamos en una carta aludiendo a José Saramago en el Ensayo sobre la ceguera, una obra que les he recomendado a todas y todos los estudiantes, padres de familia y docentes en esta cuarentena. 

Esa acción respondería parte de la pregunta de nuestra docente orientadora acerca de ¿qué deben aprender nuestros estudiantes en este tiempo de pandemia?, donde los expertos enuncian unas posibilidades con sus estimativos de morbilidad y mortalidad: peor posible, mal, drástica y mejor posible. De las cuatro, la última es la más conveniente y aún así no se descartan las víctimas mortales. La primera fue la que puso en práctica el reino Unido y fracasó. 

¿Qué experiencias de aprendizaje puedo aportarle yo como docente a los estudiantes para fortalecer sus capacidades? 

Las experiencias las ha puesto la humanidad a nuestro servicio, siendo el motor la ayuda mutua, la solidaridad y la cooperación. El discurso de las competencias, tanto en el mundo económico como en el campo educativo, perdió el respeto y la vigencia porque la realidad ha sobrepasado las ofertas de la ciencia y hasta de la imaginación. 

El remedio está en nuestras manos y en el comportamiento para que nos salvemos juntos o nos hundamos por separado. En esa dirección, procurar capacidades es la senda a seguir en El viaje familiar en tiempos de pandemia. ¿Cuáles capacidades se preguntarán los estudiantes y padres de familia? Siguiendo los aportes de una filósofa norteamericana (Nussbaum, 2012, p. 53) serían: La vida; la salud física y mental; la integridad personal y familiar; el manejo de las emociones; el uso de los sentidos, la imaginación, el pensamiento y razonamiento; la razón práctica, entendida como la diferenciación del bien; la afiliación, es decir, vivir con y para las otras y los otros incluidas las espacies vegetales, animales, minerales, el aire, el agua, el suelo, la biósfera; el control sobre el propio entorno político  y material, en términos de derechos.

Literatura y filosofía son dos dimensiones útiles para estudiantes, madres y padres de familia, docentes y comunidad en general en tiempos de pandemia, ahora que todo lo han vuelto política y economía. De la literatura universal y de la colombiana en particular hay mucho que aprender. 

Volviendo a Macondo, particularmente el proceder de Rebeca, es substancial destacar que esas niñas y esos niños que se resisten al dominio de los adultos, no tanto por capricho sino porque tienen sus motivos ocultos, son el crisol del proceso educativo. 

Tienen extraordinario valor como seres humanos, no obstante, a veces somos indiferentes, los subvaloramos, estigmatizamos y excluimos a cambio acercarnos, escucharlos y forjar acuerdos. Fue gracias a que Visitación vio a Rebeca en el mecedor, chupándose los dedos y con los ojos alumbrados como los de un gato en la obscuridad, que pudo descubrir la existencia de la peste del insomnio, esa enfermedad que desterró al indio Cataure y a su hermana Visitación del reino milenario en el cual eran príncipes (García, 2007, p. 56). 

Hasta una próxima chicuelos y chicuelas. 

García M., G. (2007). Cien años de soledad. (S. Ediciones, Ed.) (Edición no). Bogotá Colombia.

Nussbaum, M. (2012). Crear capacidades. Propuesta para el desarrollo humano. (Editorial). Bogotá Colombia.

Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. (Nomos S.A, Ed.). Bogotá DC.

Carta # 13: minimizar los duelos es perjudicial para la salud

Carísimos estudiantes, madres y padres de familia. 

La epístola anterior, al igual que la Octava carta enviada por uno de mis estudiantes, me ha dejado un agridulce muy penetrante. Ya se estarán preguntando ¿por qué profe? ¿qué pasó esta vez? El suceso está en la agudeza de la situación que están afrontando los educandos en esta cuarentena destinada al cuidado, autocuidado de la existencia y a la prevención de la salud y a la promoción del bienestar. 

Rebeca es el espejo de miles de niñas, niños y jóvenes que no tienen garantizada la protección de su integridad física y mental por parte de su familia y del Estado. La educación no es una condición suficiente como lo son: la alimentación, el sueño, el ejercicio, el mínimo vital, el buen trato, las relaciones y la salud. A Rebeca, su prima, sin saber por qué comía tierra húmeda y cal, le prescribió una pócima de jugo de naranja con ruibarbo, serenada la noche anterior para que el hígado de la niña le reaccionara; untó el patio con hiel de vaca, le embadurnó las paredes con ají y como si fuese poco le propinó tundas y correazos. 

El dolor que la niña transporta en su equipaje, compuesto por un baulito de ropa, un pequeño mecedor de madera con florecitas de colores pintadas a mano y en el talego de lona con los huesos de sus ascendentes, no fue leído por Úrsula como una puerta a la posibilidad de apoyarla en su tramitación y elaboración de los duelos. Parafraseando a El principito, lo esencial de los niños y de las niñas, como en este caso, es invisible a los ojos de los adultos y esa invisibilidad lleva a tomar decisiones desafortunadas.    

El viaje familiar en tiempos de pandemia contiene episodios de los que da cuenta el viaje de Rebeca. Son vicisitudes perceptibles a nuestros ojos de las que se ocupa más de un docente pensando en la situación de los educandos, porque nosotros y sobre todo nosotras vamos más allá de la cuestión escolar. 

En 2018, según los datos del escritor Ricardo Silva Romero, más de 12 millones de colombianas son madres solteras (Silva Romero, 2019); es decir, de cada 10 mujeres 6 son madres solteras y la gran mayoría son jóvenes y tienen hijos en edad escolar. Ellas hoy están recargadas con las labores de cuidado que sostienen a la sociedad porque están en la casa cuidando a los hijos, pero muchas lo están haciendo sin las mínimas condiciones mínimas de sobrevivencia y eso causa angustia, miedo, estrés y depresión tanto en niños, madres y educadores. Bertold Brech, dramaturgo alemán, advertía que a una persona que no come no se le puede exigir moral.      

Cuando uno bucea en cifras sobre la convivencia familiar encuentra datos como los siguientes: 86% del total de la violencia sexual, entre 2017 y 2018, según el violentómetro de SISMA, fue contra niñas y adolescentes. Esas cifras están distribuidas así: el 39,97% en el rango de 10 a 13 años; y 24,84% entre 5 y 9 años. Pero hay un agravante: por encima del 70% en esa práctica, participan familiares y el lugar es la residencia de las menores (González, 2018, p. 143). La vida de las mujeres peligra en este país por la condición de ser mujeres, y uno de los lugares en los que más peligro corren en su propia residencia.

Y como si no fuese grave lo anterior, cada 12 minutos una mujer, entre 20 y 34 años es violada por su pareja o expareja y cada 32 minutos una mujer fue agredida en el ámbito familiar. ¿Ahora si comprendemos las razones de la guacamaya y de los animales para no invitarnos a sus reuniones? 

No terminaba aún de leer estas cifras cuando veo en el correo un nuevo mensaje, esta vez de la docente orientadora del colegio, quien se ha puesto la 10 y viene siguiendo, paso a paso, los contenidos de nuestras cartas. Con respecto a la enseñanza virtual Ella apunta: “el tiempo de tareas no debería exceder las horas habituales de estudio. Incluso pueden ser menos, porque todas las dificultades que hay en las casas, lo que genera es que cumplir con muchas tareas y sobre todo si implican materiales o uso de internet que muchos no tienen, lo que está generando es complicar aún más la situación del encierro”. 

Una cosa -nos hace caer en cuenta la docente orientadora-, es confinarse con la alacena llena, con casa propia, con un padre y una madre, con libros en casa, con trabajo y salario, con play, con internet, con plan complementario, con minutos en el celular, con una cama propia y otra, muy distinta, sin nada de eso o con muy poco”

En cuanto al día a día de nuestras chicas y chicos escribe: “muchos estudiantes han tomado una avena al día, otros deben hacerse cargo de los oficios, del cuidado de los más pequeños cuando el adulto debe salir a rebuscarse, so pena de contagiarse; otros, tienen a sus madres o padres enfermos o están enfermos ellos mismos, sin poder ir al hospital; para otros por problemáticas previas, estar en casa con sus propios maltratadores es intolerable emocionalmente. Incluso, en nuestras propias familias puede estar pasando algo así.”

En lo atinente al rol nuestro como maestras, maestros y directivos docentes, Ella sostiene: “esta experiencia debe invitarnos a transformar, no solo a cambiar los medios o estrategias de enseñanza-aprendizaje, no es sólo cambiar de cuaderno a clase virtual o guía virtual, sino los principios, valores y sentido de ese proceso educativo. El cambio no ha de ser solo de forma sino de fondo”. En ese raciocinio nos interpela con las siguientes preguntas: 

¿Qué deben aprender nuestros estudiantes en este tiempo de crisis mundial? ¿Qué contenidos son realmente importantes para transformar las evidentes condiciones de desigualdad? A no ser que pretendamos seguir en ella… ¿Qué experiencias de aprendizaje puedo aportarle yo como docente a los estudiantes para fortalecer sus capacidades? ¿A qué población escolar estoy dirigiendo mi saber? (porque las enormes diferencias de contexto social quedan develadas). ¿Qué experiencias puedo generar para fortalecer el desarrollo científico, lingüístico, creativo, socio afectivo, y crítico? ¿Qué puedo aprender yo como ciudadanx que hago parte de la crisis y qué puedo aprender de esta misma experiencia como maestrx? ¿En estas mismas condiciones y sentidos, debo evaluar? ¿Qué puedo evaluar? ¿Cómo? ¿Qué vínculos estoy generando en mi familia, mi comunidad y mis estudiantes, ese vínculo fortalece o debilita? ¿Mi acción pedagógica qué aporta en todo esto? Luego de pensar en estar preguntas…tal vez podamos hablar de estrategias o de “aprender en casa.”

Muchas gracias por su atención chicas, chicos, padres y madres.   

Nota. Recuerden siempre consultar a las autoras y autores de los escritos referidos virtualmente o en los libros impresos si los tienen. 

González, J. I. y otros. (2018). Pasado presente de la Orientación Escolar en Bogotá y en Colombia. Pedagogía, historia e investigación. (E. Magisterio, Ed.) (Primera ed). Bogotá DC.

Silva Romero, R. (2019). Historia de la locura en Colombia. (Intermedio editoresSAS, Ed.) (Primera ed). Bogotá DC.

Duodécima carta: lecciones de Rebeca para el autocuidado

Buenas tardes inolvidables estudiantes, madres y padres de familia.

Bueno familia, llegamos a la primera docena de cartas. Se trata de un esfuerzo que tanto ustedes padres, madres de familia, educandos y docentes estamos haciendo, desde nuestros hogares, para conservar la vida de todos los seres humanos cuidándonos y auto cuidándonos. Y digo que cuidándonos y auto cuidándonos, porque algunos estudiantes, madres y padres de familia me han hecho saber que esa palabra confinamientoes muy fea” y que la del encierro, “peor”, porque les trae muy malos recuerdos de la niñez, la infancia y la adolescencia cuando sus padres los dejaban con candado, con un tetero y con el televisor prendido. 

Son palabras que deprimen, agobian y evocan dolor, miedo y la tristeza. Muy sugestivo me ha parecido el reclamo, tanto que me llevó a traer al presente la sabiduría de Vicente García Huidobro cuando dice: “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata”. Y efectivamente mis interlocutores no se quedaron en la queja sino proponen que a cambio de usar esas “horribles” palabras mejor adoptar vocablos como cuidado, autocuidado, prevención, porque eso es lo que estamos haciendo. Nos estamos cuidando, previniendo el contagio y la enfermedad. 

No me había puesto a pensar en esos significados, tal vez porque yo me crié en el campo y los únicos límites que una tenía eran las noches obscuras, lo demás era libertad y ocupación. Probablemente como puede estar sucediendo hoy o si no ¿cómo se producen los alimentos y cómo nos los hacen llegar los campesinos a la ciudad? Así como este comentario hay otros que la extensión de la carta no me deja transcribir. En todo caso, a pesar de las dificultades y de no tener a mis estudiantes al frente, no me siento mal. 

Y, a propósito de no tener a los estudiantes al frente, al lado o encima aglomerados como abejas sobre mi diminuta humanidad so pretexto de preguntar, jugar y hacer camaradería; dos de mis entrañables alumnos me expresaron que no le pusiera cuidado a eso que dijeron unos niños en la carta anterior con unas frases también feas: 

¡profe, no se dé garra! con esas cartas tan largas! No nos la vaya a montar porque estamos en la mala, tirándole el yugulazo a uno

Nosotras respaldamos a la profe, porque ella está haciendo su trabajo como miles de profes. Lo peor sería que no tuviéramos clases así sea mediante cartas mientras…¡que se pongan ellos como profes haber cómo les va con sus alumnos!” Dijo un grupo

Y finalmente desde otro grupo apuntan: 

– “Lo que pasa es que esos niños, que nosotras nos imaginamos cuáles son, están acostumbrados a estar fuera del puesto, a quitarle las cosas a los demás, a tratar mal a las niñas en el salón, pero como están en la casa con los padres es muy distinto…¡eso sí de malas! Del corazón habla la lengua, como dicen por ahí profe”                 

El viaje familiar en tiempos de pandemia con todos estos apuntes y muchos que están por hacerse me traslada a Macondo, aquella aldea de veinte casas de barro y caña brava “construido a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” (García, 2007, p. 9). 

A la casa de José Arcadio Buendía, uno de los fundadores de la aldea, llega, proveniente de Manaure, una niña de once años quien responde al nombre de Rebeca, bajo el encargo de unos traficantes de pieles. Ella era una niña huérfana que cargaba, en un talego, los huesos de sus padres Nicanor Ulloa y Rebeca Montiel, sus progenitores. A la niña Rebeca le gustaba comer la tierra húmeda del patio y arrancar, con las uñas, tortas de cal de las paredes para merendar. 

En el rincón más apartado de la casa se sentaba en una mecedora a chuparse los dedos a escondidas, porque si Úrsula, la otra fundadora de Macondo, se percataba, al día siguiente, le daba una pócima de jugo de naranja con ruibarbo para que la niña la tomara en ayunas. Un menjurje serenada la noche anterior para que el hígado reaccionara y rebeca dejara de comer tierra y cal. 

Úrsula, también ungía la hiel de vaca en el patio y untaba de ají las paredes, contrarrestando la actitud de Rebeca. Esa traslación me insta a pensar sobre la situación de muchas y muchos estudiantes con problemas similares a los de Rebeca incluso sin ellos, porque en la angustia, como decía otro gran filósofo, Bertrand Russell: “volvemos a los estadios iniciales, donde no existe la humanidad sino el Yo que busca ansiosamente satisfacerse” (Russell, 1985)

Lo único que le llamaba la atención a la niña guajira era la música de los relojes de madera labrada, que su pariente José Arcadio Buendía había mandado a colocar en reemplazo de los pájaros que, desde la época de la fundación de Macondo, alegraban el tiempo con sus flautas. 

A pesar de la ingesta diaria de una pócima de jugo de naranja con ruibarbo, serenada la noche anterior para que el hígado de Rebeca le reaccionara, a pesar de la ungida del patio con hiel de vaca y de la embebida de las paredes con ají, a pesar de las tundas y los correazos; a pesar de todo ello, la niña no se desalentó sino que fue grande, porque se ganó el espacio como integrante de estirpe de la familia Buendía, fue recibida como la hermana mayor de Amaranta y Arcadio con quienes jugaba, logró dormir en el cuarto con los otros niños. Encima de todo, hacía manualidades, era partícipe de las comidas, se distinguía por hablar muy bien el castellano y se ganó el afecto de su prima Úrsula, demostrando que Macondo, como lo dijo Gabriel García Márquez, “más que un lugar en el mundo, es un estado de ánimo.” (García M., 2007).

Hasta la próxima chicuelas y chicuelos.

Fuerza y ánimo para estos días difíciles,

Con cariño,

Su profe Esperanza

Nota. Les recuerdo volver a consultar:

Russell, B. (1985). Las funciones de un maestro. En Ensayos educativos (pp. 69–80).

García M., G. (2007). Cien años de soledad. (S. Ediciones, Ed.) (Edición no). Bogotá Colombia.

Undécima Carta: apelar a la paciencia en tiempos difíciles

Inolvidables estudiantes y padres de familia.

Más me demoré en mandarles la carta que en recibir mensajes por el WhatsApp diciéndome: <<¡Uy relájese profe, no se de garra con esas cartas tan largas>> << no nos la vaya a montar porque estamos en la mala, lo que nosotros queremos es su apoyo, sus palabras de aliento, porque déjeme decirle, hay profes que se están dando garra con esas tareas, tirándole el yugulazo a uno”>>. 

Bueno estimadas y estimados, no pensé que la lección de la guacamaya la pusieran en práctica tan prontamente. Eso me gusta y a cambio de molestarme, me alienta porque esos comentarios sirven para crecer: <<Lo más difícil de enseñar es dejar aprender>> decía un eminente filósofo alemán llamado Martín Heidegger. Ahora bien, luego de compartir estos puntos de vista, les tengo otra buena noticia: ¡me ha llegado otra carta al correo! Es una carta que llama mucho la atención, porque es de la madre de un egresado del colegio y de uno de mis díscolos estudiantes. Esta vez no lloré, quedé asombrada por la manera como esta progenitora relaciona los hechos diacrónicamente, es decir, el presente con el pasado.

Ella comienza la epístola relatando el comportamiento de un médico que es conducido a un antiguo manicomio porque una epidemia de ceguera invade a la población donde habita, lo llaman el o mal blanco porque todo lo ven blanco incluidos los semáforos. A ese galeno, al igual que a la profe de su hijo, le brotan las lágrimas y le corren en cristales por sus mejillas al escuchar a los pacientes que están siendo infectados por el mal blanco, sin poder hacer nada, porque nadie sabe qué es, quién lo produce y menos cómo afrontarlo, a diferencia nuestra que lo sabemos todo tal como lo dijimos en la Quinta carta: “Sabemos cuál es el mal y cuál es el remedio” y que el remedio principal está en nuestras manos.  

 La señora madre de mi educando, además de contar este episodio y de hacer la similitud con el lloriqueo de la profe, se puso en la tarea de indagar qué hicieron en ese país para impedir el contagio, para tratar ciegos, contagiados y para impedir la mortalidad. ¿Para qué hace Ella todo esto? Lo hace para avizorar de qué manera los colombianos y el mundo no sale tan mal librado de la pandemia de la Covid-19. ¡Excelente iniciativa! y buen ejemplo a seguir. La madre admirable se aferra de una verdad de Perogrullo coreada por uno de los enfermos de la ceguera: <<el peor ciego es el que no quiere ver>> (Saramago, 1995, p. 398) y dice que le quedó sonando mucho una frase que leyó en la Segunda carta aludiendo a uno de los sentimientos: <<el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña>>    

Cuenta la señora que el gobierno encomendó a los ministros de atender el brote epidémico del mal blanco y nombró a una Comisión para encargarse del aislamiento, el transporte y auxilios a los ciegos propiamente dichos y de los contaminados. La Comisión recomendó que se echara mano de un manicomio que estaba en desuso, unas instalaciones militares, la feria y un hipermercado. La Feria y el hipermercado fueron descartados, la primera porque al ministro de Industria le disgustaba la iniciativa y el segundo tampoco porque exigía trámites legales engorrosos.

El primero en ser internado en el manicomio fue el médico y su esposa. ¿Recuerdan que en la Novena carta hablamos de un <<impaciente médico que no podía recuperar la visión>>? Estamos hablando del mismo médico, de ese ser humano que lloró al no poder hacer nada por sus pacientes, tal como lloró la locura cuando hirió al amor y tampoco pudo recuperarle la vista al amor, o como lloró la profe al recibir la carta de su estudiante. Las lágrimas exteriorizan dolor, aunque en ocasiones se llora de alegría de felicidad, porque la alegría es la felicidad según el filosofo pesimista Arthur Schopenhauer.

Con este médico oftalmólogo– relata la señora- con su esposa, con el niño estrábico, con viejo de la venda negra y con la chica de las gafas oscuras quien dijo que “la paciencia es buena para la vista”; con ellas y ellos, severamente aislados, empezó la cuarenta sin la esperanza de salir del manicomio hasta que se descubriera la cura para la enfermedad. Entre las principales instrucciones destaca la madre de familia en su relato:

<<Las luces debían permanecer encendidas y era inútil intentar encenderlas porque los interruptores no funcionaban. La persona que se retirara del manicomio sin autorización podía morir en el acto, en cada sala había un teléfono que solo se podía usar para pedir reposición de productos higiénicos y aseo, cada persona debía lavar su ropa. Entre todos debían elegir a un responsable de sala. Tres veces al día les llevaban cajas de comida que se dejaban a la entrada de cada puerta para cada uno de los ciegos y contagiados. Todos los residuos se debía quemar teniendo el cuidado de no causar incendio, y  en caso de que hubiera un incendio fortuito o provocado los bomberos no intervendrían. Si alguna persona que sufra dolencias o agresiones no contaba con ayuda externa. Si uno de los enfermos o contagiados moría, debían enterrarlo adentro del manicomio. La persona contagiada que quedara ciega debía pasar al lado de los ciegos inmediatamente. Y, como si todas estas normas no fuesen suficientes, todos los días, a una misma hora, el ministro les repetía esta cantaleta>>     

No podemos controlar la pandemia y debemos recordar que es inútil sufrir por lo incontroloable, lo que podemos controlar es la manera en la que hacemos frente a esta difícil situación y para ello, como dice la madre de mi estudiante, la paciencia es nuestra aliada.

Nos veremos peladas y pelados.

Nota. Les recuerdo volver a leer a: 

Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. (Nomos S.A, Ed.). Bogotá DC.

Décima carta: Del SI y el NO a los matices, la potencia de conversar.

Admiradas y admirados estudiantes, madres y padres de familia.Espero que al recibir esta carta la paciencia y la videncia sean las compañeras de El viaje familiar en tiempos de pandemia, pues, a decir verdad, todas y todos estamos en la mala. Pero, como ya lo leyeron en la Quinta carta: La situación es grave, pero tiene solución y en estos momentos hasta las fábulas nos auxilian con enseñanzas prácticas.

Es por esta razón que, además de la lección que nos da el quinteto de tortugas en cuanto al respeto de los ritmos, la forma de asumir las situaciones con serenidad y firmeza, quiero compartir con cada una, cada uno de los estudiantes, madres y padres de familia un ejemplo de convivencia en el que lo decisivo es la organización y el respeto. Sobre el respeto son bastantes los pasajes que recorrimos y las vivencias que hemos tenido en el aula de clase, empero, quiero enfatizarlo:

Respeto significa tomar en serio el pensamiento del otro y de la otra: discutir, debatir con él o ella sin agredir, sin violentar, sin ofender, sin intimidar, sin desacreditar su punto de vista, sin aprovechar los errores que cometa o los malos ejemplos que presente; respeto es esforzarnos por comprender por qué piensa así, evaluar el grado de acuerdo que tenemos y posicionarnos desde nuestros pensamiento propio (Zuleta, 1997)       

En cierta ocasión se reunieron los animales para tratar asuntos graves de interés general para todo el reino animal. Era algo así como un simposio, una constituyente o la reunión del Consejo estudiantil, nada que ver en todo caso con una cuarentena.

El constituyente primario o pueblo soberano -es decir, todos los animales representados en él- eligió sus dignatarios, dándole la presidencia al rey jaguar más por una costumbre política ancestral que por méritos del jaguar.
 
Antes de iniciar la sesión se suscitó un alboroto porque faltaba al animal humano, entonces el presidente puso sobre el tapete esta pregunta: "¿se invita o no al animal humano?"

La asamblea se dividió en dos: unos por el SI, otros por el NO. El jaguar presidente rugió: “hablen primero los del SÍ”.

Se subió al podio una hormiga y dijo: “El humano es inteligente, ha construido cosas que nosotros no hemos podido edificar; ilumina y calienta su vivienda con energía eléctrica, mientras nosotras vivimos en socavones oscuros y fríos. Refrigera y conserva sus alimentos, construye puentes y túneles que acortan distancias, por consiguiente, debemos invitar al animal humano”.

A continuación, cantó un turpial y se expreso así: “nosotros creíamos tener la voz, pero el humano nos superó. No es sino escuchar los dúos, tríos, óperas, conjuntos y orquestas para convencernos de la realidad. También deseo que se invite al animal humano”.

Enseguida la serpiente opinó: “el animal humano es esbelto y hermoso; tan erguido que mira de frente al cielo y desde la altura vuelve sus ojos hacia la tierra; no es como nosotras que nos arrastramos por el polvo, escondiéndonos de vergüenza ya que sólo inspiramos temor. Estoy de acuerdo, no podemos excluir al animal humano”.

Voló un águila, tomó el micrófono y afirmo: “nosotras junto con el cóndor somos del aire y del viento, pero un humano nos aventajó, construyó nidos volantes que llevan cientos de personas a alturas increíbles y a velocidades fantásticas, supersónicas. No se puede dejar a un lado al animal humano”.

Estando en estas, se acercó bramando un toro y con rabia mal disimulada se expreso así: “Estoy de acuerdo en que invitemos a este cobarde, porque a pesar de su osadía no es más que un cobarde. Reúne gente en un circo para que aplauda su valentía y en medio del licor, el colorido y los pasodobles vestido como un payaso se burla con jactancia de nosotros, y solo se nos acerca cuando ya estamos heridos y desangrados, para matarnos. Invitémoslo para que aprenda a respetar y se avergüence ante nosotros”.

Y en esta forma continuaron hablando, chillando, rugiendo y aullando mientras defendían la convivencia del SÍ a favor del animal humano.

Ahora corresponde el turno al NO”, rugió el jaguar.
 
Astuta y sagaz saltó una guacamaya, tomó el micrófono y gritó: "¡Por Dios, colegas! ¿Qué es lo que están proponiendo? ¿Se han vuelto brutos como los animales humanos? Me opongo rotundamente a invitar al animal humano a nuestras reuniones y para que no piensen que estoy parcializada o manipulada por el clientelismo y la corrupción, estos son mis motivos:
  1. El animal humano nunca ha podido vivir en paz. Si lo invitamos podrá desencadenar la guerra y nos hará pelear.
  2. Los animales humanos no respetan lo ajeno, acaban de firmar un acuerdo de Paz y el conflicto sigue; si se roban entre ellos mismos ¿qué harán con nosotros? A lo peor hasta terminarán eliminándonos como a los líderes sociales.
  3. El animal humano pocas veces dice la verdad y trata de engañarse y engañar a los demás por todos los medios a su disposición.
  4. No respeta las leyes, se excede, se embrutece, violenta a los demás, y hasta hace alarde de su maldad.
  5. Construye con esfuerzo casas y edificios, ciudades enteras y luego, en la guerra, con violencia explosiva, destruye las obras de sus propias manos.
  6. Se ataca con odio, con rabia, con locura; la venganza entre ellos es cosa común, no respetan ni a sus hembras ni a sus crías.
  7. Nosotros buscamos lo necesario para vivir con modestia, pero ellos suspiran por acumular y acumular, no hay límites a su ambición, por eso no viven en paz y por eso los atacan los virus y bacterias.
  8. Y por último y es lo más grave, el humano no respeta a la mujer, es un macho que ejerce el patriarcado; además, el humano no respeta la vida, vicia el aire, contamina las fuentes de agua, ensucia las ciudades, arrasa los bosques e inclusive mata irresponsablemente plantas, insectos, peces, mamíferos y aves -de las que me gustan como las gallinas-, cosa execrable aún para el reino animal y vegetal. Por eso, repito, me opongo a que el animal humano se siente con nosotros y nos degrade con su presencia.

La guacamaya bajó del podio y un gran silencio se extendió por la región. Todos cambiaron de parecer, votaron por el NO y esta es la razón por la cual jamás los animales nos invitan a sus reuniones.

Luego de este fenomenal relato, cierro la epístola teniendo claro que podemos salir delante de esta pandemia pero tenemos que cuestionar y reflexionar sobre lo que como humanos hacemos y erramos, así que no desfalleceremos. Y que el mensaje de cambio de actitud que nos mandan los animales hay que acatarlo, tomarlo en serio, porque en verdad son muchos los daños que como humanidad le hemos causado a la naturaleza.

Hasta pronto estimadas y estimados,

Con cariño,

Su profe Esperanza

Nota. Les recuerdo volver a leer a: 

Zuleta, E. (1996). Lógica y crítica. Lecciones de filosofía. (U. del Valle, Ed.). Calí.

Zuleta, E. (1997). La Educación un Campo de Combate. (Fundación Estanislao Zuleta, Ed.). Cali.

Novena carta: Estamos perdiendo la esperanza ¿qué podemos hacer?

Apreciados estudiantes, madres y padres de familia. (accede a la octava carta aquí)

Después de haber saboreado el dulce y el amargo del mensaje escrito por el estudiante me dispongo a la escribir la novena misiva, pero antes de que las ondas del pensamiento me notifiquen esas voces tiernas, frescas y sinceras, que están en algún lugar del país: <<¿cómo así dulce?>> y <<¿por qué amargo Profe?>> Hay un sabor dulce que embelesa y un trago amargo que me alarma.

El primero es el reconocimiento que hace el chico a la labor docente; el segundo, las condiciones adversas en que se hallan los educandos al tener cerrada literalmente la institución educativa, la soledad, los conflictos que genera el encierro y la manera en que los resuelven cuando dominan el aburrimiento, la intriga, la curiosidad, la duda, la euforia, el entusiasmo, la apatía, la antipatía, el poder, la soberbia, la cobardía, la pereza, la envidia, el hambre, la lucha por los espacios y tiempos, el egoísmo y el cansancio, como lo dejaba entrever El Principito en la Primera carta

En todo caso dulce y amargo son compatibles en el paladar, eso sí más el dulce que la amargura. En tal sentido, la generosidad, la belleza, la fe, la libertad y el triunfo son los mejores aliados. Para ilustrar un poco este llamado de atención, comparto la escena protagonizada por cinco tortugas alrededor de un abrelatas (Da Silva, 1993), cuya cardinal enseñanza es que <<no es grande el que siempre triunfa sino el que jamás se desalienta>>.  

Las tortugas tienen un mensaje

A la vera del camino están sentadas tres jóvenes tortugas con ochocientos años cada una; una tortuga vieja con mil doscientos años y una tortuga todavía muy pequeña con ochenta y cinco años. Como les decía, las cinco tortugas están sentadas y aún sostengo que ellas están realmente sentadas. Veinticinco años después del comienzo de esta historia la tortuga vieja abrió la boca y dijo: <<¿Qué tal si hacemos alguna cosa para romper la monotonía de esta vida?>> <<Formidable>> dijo la tortuga más joven, doce años después, y propuso:<< vamos a hacer un picnic>>. 

Veinticinco años después, las tortugas decidieron hacer el picnic. Cuarenta años más tarde, habiendo comprado algunas docenas de latas de sardinas y varias decenas de refrescos, partieron. Ochenta años demoraron en llegar a un lugar más o menos apropiado para el picnic.

<<¡Ah– dijo la tortuguita, ocho años después- este lugar está excelente!>>

Necesitaron siete años para ponerse de acuerdo todas las tortuguitas. Pasaron quince años y rápidamente arreglaron todos los menesteres para el picnic. Pero aunque suena inverosímil, tres años después, se dieron cuenta de que faltaba el abrelatas para las sardinas. Luego de 20 años de discusión llegaron a la conclusión de que la tortuga más joven debía ir a conseguir el abrelatas; obviamente, la razón no era por la vulnerabilidad de las tortugas adultas mayores ante la Covid-19.

<<Está bien -dijo la tortuguita tres años después- yo voy si me prometen que no van a tocar nada en mi ausencia>>. Trascurridos dos años las tortugas aceptaron que no tocarían nada, ni el pan ni los dulces. Entonces la tortuguita se fue por el abrelatas. Pasaron cincuenta años y la tortuguita nada que llegaba; no obstante, las otras continuaron esperando.

Transcurrieron siete años y nada, nueve años y nada. Al final una de las tortugas mayores murmuró: <<Se está demorando demasiado, ¿vamos a comer alguna cosa mientras viene?>> Dos años después las otras se negaron. Y esperaron diecisiete años más. Entonces otra tortuga dijo: <<Tengo mucha hambre, vamos a comer sólo un pedacito de dulce, que ella ni lo notará>>. Las otras tortugas dudaron un tiempo. Quince años más tarde pensaron que deberían esperar a la otra. 

Así pasó un siglo. Al final la tortuga mas vieja no pudo más y expresó: <<Bueno, vamos a comer solo unos dulcecitos mientras viene>> (imaginen qué pasó). Como un rayo cayeron las tortugas seis meses después. Y justamente cuando iban a morder el dulce oyeron un ruido en la mata que estaba detrás de ellas, pues era la tortuga más joven que hacía su aparición.  <<Ahhhh, murmuró- yo sabía, yo sabía, que ustedes no cumplirían lo prometido y por eso me quedé escondida detrás del árbol. Ahora no voy a buscar el abrelatas y listo>> 

Y colorín colorado este cuento aún no ha terminado, porque la lección que nos deja es que debemos untarnos todos los días de una loción muy apetecida que se llama: paciencia.

La paciencia es la clave

Paciencia deriva de paz, ese bien y derecho tan anhelado por los colombianos y por el mundo, que empieza por casa. <<La paciencia es buena para la vista (Saramago, 1995, p. 398)>> le dijo la chica de las gafas oscuras al impaciente médico que no podía recuperar la visión sobrevenida por una epidemia de ceguera, en un mundo que <<está lleno de ciegos vivos>> y en el que el pensamiento es cóncavo, convexo, plano, vertical, aplanado y la ceguera voluntaria.

¡Con paciencia! vamos lentos, como las tortugas, con los ojos abiertos porque la pandemia no es de ceguera sino de necro política, vayamos con la seguridad de que, así como los enfermos de ceguera recuperaron la visión luego de un tiempo de encierro en un manicomio, nosotros recuperaremos nuestro modus operandi, nuestros días de clase, nuestros encuentros, incluso el sueño de otra educación, de otros gobernantes, de un país y un mundo para los humanos y no para el capitalismo. Somos grandes y lo seguiremos siendo porque jamás nos desalentamos.              

Mis pupilas y pupilos: ¡nos veremos!

Nota. Les recuerdo consultar las siguientes lecturas:

Da Silva, E. (1993). Lectura y ciudadanía: Derrumbando los simulacros de la alienación. Primer Congreso Nacional de LecturaMemorias, 19.

Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. (Nomos S.A, Ed.). Bogotá DC.

Octava carta: Extraño mucho a mis profes

Queridos estudiantes, queridas madres y queridos padres de familia.

En la carta anterior di unas puntadas en el dedal de la reflexión para que el contenido de la presente tenga su justa valoración, precisamente en el Día de la Maestra y del Maestro

¡A disfrutar la lectura!

Profe, atendiendo sus buenos caprichos y teniendo en cuenta que de verdad esos manes que la profe menciona le enseñan a uno mucho, yo quiero también responderle sus cartas parafraseando a uno de esos cracs de la literatura colombiana. Ahí va. Espero que le guste.

Lo que en realidad hacen las profes, día tras día, es tomar a los niños y a las niñas de la mano y llevarla/os a pasear por las letras, por los caminos de la patria y las orillas de los mares. No se cansan ellas, las profes y los profes, de enseñarnos a viajar y a descubrir el mundo. En sus cartas por la pandemia nos invita a viajar virtualmente, a navegar por internet, pero muchas y muchos no lo podemos hacer, porque no tenemos los medios. Nuestra única herramienta es la imaginación, los dibujos en el cuaderno, sus cartas y la imaginación. Los viajes por el interior del salón de clase, por el patio de recreo, por el barrio y la vereda nos hacen mucha falta. ¡La profe no se puede sustituir por un aparato! ¡Queremos volver a estar juntos pronto profe!. Queremos volver a celebrar su día con ponqué Ramo, gaseosa, maíz pira … con un compartir.

En la fibra de los tableros, oscura pero honrada, la profe dibuja ríos y volcanes, cordilleras y sumas inocentes, hasta que nosotras y nosotros intentamos comprender, con alegría y con asombro, que son muchos los nombres de la vida. La alegría que cada día nos inyecta en el salón de clase nos hace mucha falta profe, esa es la vacuna que necesitamos; por acá la tristeza nos embarga porque no hay comida y porque el hacinamiento nos genera malestar y entonces terminamos de pelea todas y todos.

Parte de lo que somos todas y todos lo debemos a las profes dice ese crac de la literatura. Ellas y Ellos nos han dado en la infancia, y lo siguen haciendo, un poco de su sangre, mucho de su amor y de su espíritu. Lo que nos enseñaron y nos siguen enseñando, a mañana, tarde y noche, con entusiasmo y buena voluntad, se confundió con nuestra vida, con nuestros sueños y esperanzas.

Las profes y los profes no se cansan de dar clase así haya pandemia, así llueva o truene, como gritan en la calle en el paro. A cambio de muy poco entregan su existencia, a manera de una llamita diaria y generosa para que no nos falte luz en las escuelas y para que aprendamos a amar la claridad, a veces a la vera de la obscuridad. La profe rural ilumina los campos, y la que trabaja en los suburbios de las ciudades y pueblos alumbra a los hijos e hijas de los trabajadores y les enseña a construir, sobre la pizarra o en la tableta, letra por letra, las primeras palabras, los primeros versos en español y en el idioma de los gringos.

Las profes y los profes, en medio del olvido, la ingratitud, la enfermedad y la pobreza en que a veces vivimos, hacen el más noble de los oficios: amasan el futuro de la patria, al inclinarse sobre nosotras y nosotros, como los panaderos sobre el trigo, para darnos consejos amorosos y lecciones elementales. Por eso, profe Esperanza, no es fácil comprender el mundo de las profes y de los profes, como Usted profe, un mundo aparentemente pequeño, pero en realidad grande, lleno de ternura y de mucho coraje; de ahí, que es un deber y una necesidad de la nación entera quererlos, cuidarlos y tratarlos bien y no como lo sigue haciendo el gobierno.

Todos estamos en deuda con las profes y con los profes, y si es verdad que aspiramos a hacer de Colombia una fuerza noble, equilibrada y al alcance de los niñas y niños, tenemos que contar con ellas y ellos, en primera instancia, y reconocer que es en sus manos y en su corazón en donde nace el porvenir y empiezan a crecer cosechas humanas. También los días de sol, de lluvia, de frío, de dolor y de pandemia son profes de escuela, de colegio, de “trabajo en casa”: Nos agrupan a los niños, niñas y jóvenes bajo la bóveda celeste para enseñarnos historias luminosas, como las que la profe nos está mandando en estos días que nos sentimos solitas y solitos, aunque estemos con mas familia, estamos en la mala.

Me queda mucho por decir Profe, pero eso lo haré en el colegio cuando retorne, espero que nos den el tiempo para contarles. Vendrán tiempos peores y tiempos mejores siempre y cuando los niños, niñas, jóvenes y adultos nos comportemos responsablemente, como lo dice la profe en sus bendecidas cartas sobre El viaje familiar en tiempos de pandemia.

Te quiero mucho, te mando un montón de abrazos en este día tan raro. ¡Saludos a las otras profes!

Aquiles Pinto Casas.

 

Séptima Carta: ¿Para qué sirven las y los docentes en tiempos de pandemia?

Estimadas niñas, estimados niños, jóvenes, madres y padres de familia.

Antes de comenzar esta misiva déjenme cometerles que cuando abrí el computador para escribir este mensaje me encontré con una gran sorpresa: el texto de una carta elaborada por uno de mis estudiantes remitida a mi correo electrónico. En verdad quedé muy confundida inicialmente, porque no esperaba esa maravillosa sorpresa, creía que las cartas las hacía era la profe. Algunos de esos sentimientos que jugaron bajo la dirección de la locura, consignados en la segunda carta, se avivaron, sobre todo la curiosidad, la generosidad, el deseo y el amor. Fue tanta la fogosidad espiritual que releí la carta, porque recordé esa recomendación de Jorge Luis Borges, aquel gran escritor invidente, para quien que releer es más importante que leer, salvo que, para releer, se necesita haber leído”.

Pero la lectura y relectura se vieron interrumpida varias veces por el empañamiento ocasionado por las incontenibles lagrimas que inexplicablemente brotaban de mis ojos y corrían como cristales por las laderas de mis mejillas. Lloraba como cuando enterré a mi abnegada madre, a mi ingenioso padre, a mi entrañable hijo y como cuando nos hemos encontrado y despido con mi admirable hija en varios aeropuertos del mundo. Acrecenté la ingesta de agua tibia soslayando el secamiento de la boca, los nudos en la garganta y así impidiendo la absorción de esa molécula que no se mata con antibiótico ni con bactericida, sino que se desintegra con agua caliente a temperatura superior a 50 grados y se previene bañándonos las manos con abundante agua y jabón, a mas tardar cada dos horas, usando tapabocas y manteniendo la distancia recomendada.

¡Qué dramática la profe! dirán los estudiantes y padres de familia ¡Tan bobita ponerse a llorar por eso!, asentirán algunos estudiantes. Y no faltará el varón que diga: “las mujeres lloran por todo”. Digan lo que digan, su profe Esperanza gimió y lloró no porque esa fuera la intención del emisor, ni por ser mujer, sino porque el cálido y sentido mensaje elaborado por mi educando desencadenó esa fuerte e inocultable emoción.

Con lo ocurrido, El viaje familiar en tiempos de pandemia, registra un acontecimiento educativo inesperado, en este Gran Día del Maestro y de la Maestra, que nos mueve, que nos sacude y nos incita a comprender varias cosas: la primera, que en la relación entre educandos y educadores ninguno es pasivo, tanto el primero como el segundo somos activos. Así el emisor esté distante del receptor y el canal sea un artefacto tecnológico como la internet, porque educar no es trasmitir, la educación no es un problema similar al de dar de comer a un hambriento, pues en este caso el asunto sería muy sencillo decía Estanislao Zuleta, un pensador colombiano, autodidacta, quien a temprana edad abandonó la escuela porque las interminables horas de clase no le dejaban tiempo para el estudio. Para Él el problema fundamental de la educación es combatir la ignorancia y “el verdadero problema es hacer salir a alguien de una indigestión para que pueda tener apetito”. (Vallejo, n.d.). Llorar es un acto que exterioriza y libera emociones indigestadas y despierta el apetito en cualquier ser humano sin distingo de género, ni edad ni circunstancia.

La segunda reflexión, antes de darles a conocer la carta con el consentimiento informado por mi estudiante y sus progenitores, evoca un pasaje de Umberto Eco, a propósito de la realidad virtual, en el que un estudiante le pregunta a aún quincuagenario docente: “Perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?” El autor de El nombre de la Rosa, sostiene que el Internet le dice casi todo al estudiante, “salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información”, y lo más importante, que un buen profesor puede enseñar a comparar, a verificar y a relacionar sistemáticamente nociones, conceptos, valores y a tener un sentido crítico basado en el conocimiento y puntualiza:

“Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela”. (Eco, 2016)

Hasta pronto chicas y chicos y los dejo con la carta anunciada.

Nota. Les recuerdo consultar a:

  • Eco, U. (2016). De la estupidez a la locura. (Penguin Random House Grupo Editorial S.A.U, Ed.). Bogotá DC.
  • Vallejo, J. (n.d.). Estanislao Zuleta, el habitante de la montaña. Caliartes, 3, 94–96.