Carísimos estudiantes, padres, madres de familia y docentes
Ya había dado por hecho que de ahora en adelante me sentaría a esperar las cartas de mis estudiantes y padres de familia para saborearlas, así fuese con un sabor amargo por la carga de dolor que lagunas transportarían; ¡pero no!, “una cosa mira el burro y otra quien lo está enjalmando” decían los campesinos de mi pueblo.
Cómo les parece que una chicuela me escribió para decirme: <<Uf pana, seamos más breves, eso último está muy fuerte, ¡no aguanta!>> Ella me explicaba que las últimas cartas estaban muy pesadas porque se centraban en abordar algunas emociones negativas de esas que jugaron con la locura y que, si uno no pasa de ahí, se enferma y de lo que se trata es de seguir adelante, porque <<es la vida más que la muerte la que no tiene límites>>(García, 1985, p. 409). Así como nos lo enseñó Florentino Ariza después de esperar cincuenta y tres años, siete meses y once días a su amada Fermina Daza.
La niña que me interpela con su misiva me echó una curiosa historia. Que una vez había un escultor agachado sobre un enorme bloque de piedra y que todos los días daba martillazos y picaba la piedra informe, y que de repente un día recibió la visita de un niño quien le dijo:
–Oye, ¿qué estas buscando en esa piedra?
El escultor no le puso cuidado al niño, como suele suceder, siguió concentrado labrando el bloque. Al cabo de unos días el niño volvió. Para entonces el escultor había esculpido un hermoso caballo del bloque de granito. El niño lo miró asombrado y le dijo:
– ¿Cómo podías saber que el caballo estaba ahí dentro?
La niña me dice que el dolor es como un bloque de piedra de donde pueden salir algunas soluciones para la resolución de las pérdidas emocionales y, después de contarme esa historia, me sugiere la historia de Gladys que es como un caballito que ella tenía en su corazón y que un escultor de los sentimientos se lo hizo salir.
Gladys es una persona de esas que en esta sociedad suelen denominarse muy afortunada. Se casó, por la iglesia a los 19 años, con un marido muy fiel, su luna de miel tuvo lugar en una isla caribeña. Cumplidos los 26 años, además de ejercer el magisterio, en una sola jornada, complementa su actividad laboral con la contaduría. A esa edad ya tenía dos hijos varones sanos y normales, a quienes creó con dedicación. En la relación conyugal construyó una sociedad patrimonial representada en dos vehículos, uno de alta gama y el otro “de combate”, más un apartamento en la ciudad y una cabaña en las afueras de la urbe.
Su vida transcurrió sin mayores contratiempos. Pero un día, hizo un alto en el camino para visitar a Polo, un galeno especializado en siquiatría. El motivo de la consulta: su marido, ese hombre fiel, hacendoso, tierno y trabajador sin tregua, había sufrido un ataque al miocardio, que desde ese momento necesitó atención y monitoreo médico permanente.
Gladys, menguó su fortaleza, a partir del inesperado episodio. Conoció el significado emocional y económico de los descuentos, por inasistencia al lugar de trabajo. Los clientes de la contabilidad se fueron retirando, porque la fijación de la atención estaba centrada en los problemas de su pareja y no en la acción profesional. Los hijos, a quienes “levantó” con dedicación, amor y esperanza, le “dieron la espalda”, porque ella, ante los infortunios, tuvo que internar a su cónyuge en una “pensión”, sin el consentimiento de la progenie.
El apartamento fue embargado por un amigo de Ezequiel, su esposo. La cabaña, fue hipotecada por deudas y debido a que no había tiempo para frecuentarla, como otrora, ni dinero para sostenerla. Pero lo más delicado, Gladys es diagnosticada de una hernia discal que le impide hacer ejercicio y moverse como solía hacerlo.
- ¿Qué será lo que he hecho para que me pase todo esto, Dios mío? – exclamaba la atormentada mujer a las escasas amigas que, de vez en cuando, la llamaban.
- No puedo más doctor -le manifestó, en una ocasión al siquiatra, llorando y estrujando un pañuelo con sus manos- estoy destrozada, ¡mi vida es una carga y usted mandándome a hacer balneoterapia! ¡No tengo ganas de nada…ojalá ya estuviera muerta!
Soledad, melancolía, desilusión, ganas de no seguir existiendo, limitaciones físicas y descenso en los ingresos y en las finanzas, en una mujer que subió por la escalera de la felicidad y aún con menos de medio siglo de existencia.
Muy poco por hacer, salvo que la dolida maestra llegase a la conclusión –con Elisabeth Lukas, <<de que perder y ganar tiene un sentido, que la vida está incondicionalmente llena de sentido y que a todos nos depara siempre un deber cuya realización puede proporcionar, por lo menos, un atisbo de alegría>> (Lukas, 2001).
Efectivamente, Polo, con su mirada logoterapeútica, traza una visión con interrogatorio que contiene el siguiente itinerario: primero, examinar las grandes pérdidas expuestas: ya no podía disfrutar de ese matrimonio feliz. La relación armoniosa con los hijos y el acogedor hogar habían perdido su esplendor; su salud y la de su marido estaban deterioradas; el trabajo ya no convocaba como antes y los bienes se estaban esfumado, esa era la cruda realidad, es la herida para airear.
Feliz día
Recuerden siempre complementar la lectura con las fuentes citadas.
González Ávila, M. P. (2015). Conflicto, postconflicto y “desconflictivización” de la escuela colombiana. (Códice Ltd). Bogotá DC.
Lukas, E. (2001). Paz vital, plenitud y placer de vivir. (Paidós, Ed.). Barcelona.