En la arena púbica está en discusión otro proyecto de decreto que interpela a la escuela. Se trata del borrador de la norma según la cual los adictos deben demostrar su condición para portar la dosis mínima. El decreto busca frenar la creciente circulación de estupefacientes, especialmente en áreas cercanas a los centros escolares. Con esto, la iniciativa podría ser loable si se irrumpiese en atacar el fondo del problema y no la forma. Plausible, si se ocupase del cómo y no meramente del qué hacer; la acción demanda una metodología que no la resuelve la legislación sino algunas disciplinas de las ciencias sociales y de la salud, la ética, la experiencia, la política pública centrada en la satisfacción de Necesidades Básicas, el desarrollo de habilidades y capacidades, mediante la prevención, la intervención remedial y la promoción de Derechos Humanos -como Salud, Educación y Libertad-. Se trataría entonces de una acción que va más allá de lo instrumental, lo mediático y lo punitivo.
Con este borrador del proyecto se colige, una vez más, que los gobernantes siguen empeñados en ocuparse de los síntomas del problema sin descubrir los factores generadores. Es algo así como el dermatólogo que le formula a un adolescente cremas o grageas para combatir el acné sin saber si esa expresión epidérmica está pende de factores: hormonales, ambientales, alimenticios, emocionales, nutricionales, estrés, abulia.
“No hay que confundir las causas de las cosas con las condiciones que las hacen posibles” (Zuleta, 1996). Para que las personas consuman sustancias psicoactivas hay unas condiciones que las hacen posibles, desde hace muchos decenios. Y claro, hay que minimizar o abatir esas condiciones, pero identificando su etiología; es decir, respondiendo preguntas como: ¿cuáles son los motivos del orden individual, familiar, social, afectivo, emocional, cognitivo, económico, de prácticas de crianza, culturales, de violencia intrafamiliar y de historia de vida de los farmacodependientes, que los llevan a usar marihuana, cocaína, bazuco, LDS, bóxer, éxtasis, alcohol, drogas sintéticas y sustancias volátiles, entre otros psicoactivos? De no adentrarse en las causas, diremos con el escritor de La franja amarilla que “todo proyecto histórico que pretenda erradicar los males sin conocer su fuente está condenado al fracaso” (Ospina, 1999, 60).
Más allá o más acá de lo legal, el proyecto de decreto es un pretexto para la reflexión acerca del problema del consumo y algunas opciones de tratamiento y prevención que la academia, los saberes comunitarios, la experiencia documentada, la escuela y las instituciones han venido erigiendo y que los legisladores deberían hacer suyas. No es un problema de poca monta para una sociedad y para un Estado, que el consumo de psicoactivos y de alcohol esté comenzando en los niños a los 10 años de edad; no es un flaco problema que una sociedad y un Estado Social y de Derecho tuviese, en el año 2015, cerca de 1.500.000 consumidores y que según los estimativos ascenderá, a finales del 2018, a 2.200.000 (Semana, 2018, p. 22), huelga decir cerca del 5% de la población del país.
La experiencia del hospital San Juan de Dios.
A comienzos de 1980, la producción, distribución y uso de bazuco, el cual hoy ocupa el segundo lugar en el consumo nacional con el 13% según los últimos datos (Semana, 2018, p. 23), se torna en una preocupación del Estado y de las instituciones como la Universidad Nacional de Colombia. En esa época, el hoy destruido hospital san Juan de Dios tenía, al servicio de la ciudad y de la nación, la Unidad de Salud Mental en la que atendía a los drogodependientes y a las familias de éstos, a través de los programas: Hospitalización Día y mediante internado, con la asistencia de psiquiatras, médicos, trabajadores sociales, psicólogos, terapeutas, toxicólogos y enfermeras, practicantes, entre otros profesionales.
La familia, en sus distintas revelaciones, jugó un papel importante en el tratamiento, rehabilitación y prevención del consumo de sustancias psicoactivas, toda vez que participaban activamente del proceso terapéutico. La experiencia sirvió también como referente nacional y continental para el diseño de políticas públicas que involucraron directamente a la sociedad en el campo de la salud mental. Unidades como la referida son las que se requieren para que el problema se aborde en su integridad, comenzando por este peldaño. Para ello se requiere que mínimamente el gobierno potencie la salud pública estatal, facilitándole, de esta manera: acceso, permanencia, adaptabilidad, aceptabilidad y calidad a las personas afectadas y debilitando, por esa vía, el lucrativo negocio de los particulares.
Para iniciar con esta propuesta el gobierno nacional debe ponerse al día con las recomendaciones de la ONU: tener mínimo 10 profesionales de salud mental por cada 100.000 habitantes (Bienestar Colsanitas, 2018, p. 4). En la actualidad se cuenta con 2 por cada 100.000 habitantes. En el caso de los centros escolares debería más bien retomar la resolución 2340 de abril de 1974 en la que se estableció asignar un docente orientador por cada 250 educandos, “para llevar a cabo la tarea de prevención primaria de las enfermedades mentales, trastornos emocionales y perturbaciones psicosomáticas” (González, 2004) que en ese momento alcanzaban altos índices pero no tan elevados como los que hoy tenemos, justamente por la falta de políticas de prevención potenciadas desde los campos de la educación y la salud. Datos recientes registran que “el 52,9% de los jóvenes entre 12 y 17 años tiene uno o más síntomas de ansiedad.” (Bienestar Colsanitas, 2018)
La experiencia de los habitantes de la calle.
“Por tres métodos tenemos que aprender la sabiduría: primero por la reflexión, la más noble; segundo, por la imaginación, la más sencilla; y tercero por la experiencia, la más amarga”. Con esta frase, que en algunas páginas de internet se la atribuyen a Confucio, continúo la discusión acerca del papel del gobierno ante el consumo de sustancias psicoactivas.
Los llamados habitantes de la calle, en general, no han sido ajenos al consumo e incluso comercialización de sustancias psicoactivas. En eso cuentan con una larga y abundante experiencia que al registrarla y ponerla al servicio de la ciencia y de las políticas sociales contribuiría enormemente con la prevención del consumo de drogas.
Pues esta acción se realizó en un colegio del Distrito hace dos lustros. Cansados de tantas intervenciones de la Secretaría de Salud y de otras entidades del Distrito Capital, y agobiados por el desgaste y la falta de los resultados esperados, decidimos darle cabida a la voz de un padre de familia, quien se ofreció a estar en el colegio, con otros jóvenes rehabilitados, para dialogar con los estudiantes que no podían ocultar que eran consumidores, así no lo reconocieran.
El rector del colegio, el orientador, la coordinadora, los docentes y muchos padres de familia apoyamos la iniciativa logrando saber, en pocas horas, lo que en años el cuerpo docente quiso conocer sobre la situación de cerca de un centenar de jóvenes, que consumían marihuana, sustancias volátiles, éxtasis y bazuco, incluso sin que sus padres supiesen.

Luego de esta intervención de los habitantes de la calle rehabilitados, los docentes se preguntaban el por qué de ese comportamiento de los educandos. La respuesta fue muy sencilla: “profes, los chicos no confían en ustedes, porque si ustedes saben que consumen, los sancionan, los sacan del colegio, porque así lo establece el Manual de Convivencia.” Igualmente, fluye la pregunta acerca de por qué a los habitantes de la calle si les contaron de manera sincera. La razón: “Ellos saben que nosotros sabemos cómo es el maní. A nosotros no nos pueden decir mentiras, porque los cogemos en ella y los parceros no son bobos: `el mico sabe en qué palo trepa`. Nosotros hemos aprendido a identificar quién consume, qué, cuándo, qué cantidad y hasta el lugar de adquirirla y de consumirla…y eso fue lo que conseguimos que ellos cantaran…A nosotros no nos maman gallo, maestros”
De esta experiencia se puede inferir que, en cuanto a la identificación, comprensión, intervención y prevención del consumo de drogas alucinógenas, es substancial combinar experiencia, reflexión e imaginación. Lo ocurrido en este colegio es un acontecimiento que “exige ir donde es imposible ir”, enseña lo que no se sabe y lleva a “pensar lo que no se deja pensar” (Rancière, 2003).
La ley, puesta en términos punitivos y dejando de lado la moral y la costumbre, a cambio de resolver, agrava. Ayuda muy poco en las actuales condiciones en que se halla el país. Lo que sirve es el cultivo de valores como la confianza, el respeto, el diálogo franco, la interacción del conocimiento experiencial y el conocimiento científico y una pedagogía que reconozca que “los alumnos aprenden solos sin necesidad de un maestro explicador”, porque la explicación, según Rancière, “es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, espíritus maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes y tontos” (Rancière, 2003, p. 21).
Los equipos de salud que iban a los colegios.
Siguiendo con la experiencia desde la escuela traigo a colación el programa de salud mental de la Bogotá Humana. Me refiero a los equipos constituidos por: médico, psicólogo, trabajador social, terapeutas, enfermeras y docentes de educación física. Ellos visitaban a los colegios para remediar y hacer prevención del consumo de sustancias psicoactivas. Era una deriva histórica de lo acontecido en la Unidad de Salud Mental del San Juan de Dios, pero itinerante, en el contexto barrial.

En una de esas vistas, las directivas de un colegio y las orientadoras pusieron en sus manos la lista de 42 estudiantes, de una jornada escolar, cuyo consumo había sido evidente y por ese motivo se había pedido la intervención de la Secretaría de Salud Distrital, dado que, con la estrategia de Subir alertas, instituido por la Secretaría de Educación, nada se había conseguido, salvo ser un dato más para las estadísticas oficiales. Los profesionales acudieron al plantel y realizaron los protocolos de rigor para hacer el diagnóstico de los estudiantes, previo conocimiento y permiso de los padres de familia, mediante visitas domiciliarias.
Al lado de la acción con los 42 educandos, y sus familias, hubo una sensibilización y acercamiento de los docentes a la etiología del consumo y a las formas de actuación, en las distintas situaciones en las que un estudiante fuese sorprendido consumiendo o bajo los efectos de sustancias psicoactivas.
Todos los educandos pasaron por consulta externa in situ y participaron del programa terapéutico ofrecido por la mencionada entidad distrital. Lo sorprendente de los hechos es que, pese a que los docentes y directivos evidenciaron, durante meses, el consumo en baños, aulas y fuera del colegio -asunto que los llevó a buscar ayuda- los resultados del diagnóstico psicosocial señalaron que solamente uno de los 42 estudiantes consumía alcohol, nada más.
El acontecimiento condujo a que las directivas, los docentes y el equipo contrastaran sus versiones de donde surgen preguntas cómo: ¿Por qué los estudiantes no expresaron el problema del consumo de sustancias psicoactivas ante el equipo de salud? La respuesta la dieron, los mismos estudiantes, una vez culminado el año escolar: “no quiero que familia sepa, porque me cascan” y “quiero seguir en el colegio y si saben que consumo me echan y yo soy el que pierdo”.
No hay duda del valor de este tipo de ejercicios para adentrarse en conocer la problemática del consumo en contexto, abordando al consumidor dentro del ámbito familiar, escolar y comunitario. También es importante la cualificación a los docentes, porque el manejo de la situación es desconocido, eso no se lo enseñan en la formación inicial ni en la formación avanzada en la universidad. El meollo de la cuestión está en que vuelve a hacerse ostensible la desconfianza de los educandos, en el manejo de la información y el miedo a las sanciones por parte de la familia y de las instituciones.
La clase de química
El colegio Nuevo Horizonte de Bogotá, por iniciativa de la docente de Química, con el apoyo de los demás maestros de la jornada, viene desarrollando una propuesta pedagógica, con los estudiantes de Educación Media, en la que los educandos escogen temáticas para profundizar y exponer ante padres de familia, docentes y escolares de Educación Básica.
Lo llamativo de este trabajo es que gran parte de los temas propuestos a la profesora y asumidos por los estudiantes, emergen de las problemáticas del contexto institucional y comunitario. La muerte, la violencia y la exclusión, generados por el consumo de sustancias psicoactivas ocupa el mayor porcentaje de las exposiciones.
Enunciados como: “El bóxer te pega al infierno”; “dolor sin sangre”, “La droga zombi”; “Muriendo sin sentirlo”; “Un viaje alucinante”; “Pasión sin límites”; “La heroína de los pobres”; “Morir antes de vivir”; “Sueño, adicción y muerte”; “El placer y sus desgracias”, “El deporte como equilibrio químico y mental”, entre cientos de títulos, dejan entrever, además de figuras lingüísticas, concepciones ignoradas por el currículo, fibras dobles o dilemas epistemológicos, la preocupación de los educandos por las afectaciones que genera el consumo de psicoactivos y alcohol en la existencia, en la familia y en la sociedad.
Son más de 700 exposiciones hechas por los estudiantes en las que no ocultan su experiencia cercana al flagelo del consumo. Con base en el conocimiento, que aporta la bioquímica, comprenden lo nefasto que es el ingreso al Sistema Nervioso Central de marihuana, cocaína, bazuco, LDS, bóxer, éxtasis, alcohol, drogas sintéticas y sustancias volátiles, entre otros psicoactivos y se lo documentan a profesores, estudiantes y padres de familia incitándolos a combatir esa práctica y a no caer en ella.
Este silencioso trabajo, que se viene forjando en este centro educativo, es otro aporte que la educación pública viene haciendo, “con las uñas”, para contrarrestar y prevenir, desde el conocimiento de las Ciencias naturales, el problema del consumo de drogas en el contexto escolar y comunitario. Se trata de hacer uso del conocimiento para emancipar a los educandos y a sus familias, a través, de la puesta en escena del conocimiento en el contexto educativo y barrial y de la toma de consciencia sobre el daño que causa.
¿Y qué nos pueden enseñar las comunidades indígenas?
Faltaría en esta reflexión registrar las experiencias y recomendaciones de las comunidades indígenas sobre el uso de la marihuana y la coca, porque ellas han practicado ancestralmente el consumo de estas hierbas sagradas sin llegar al abuso y degradación social.
Igualmente, queda pendiente el análisis del problema de los llamados cultivos ilícitos y la manera como se vienen encarando que, dicho sea de paso, sin acatar los aportes de la ciencia, de la ética y del respeto a la vida en todos los ordenes. Por ahora la reflexión convoca es a mirar el cuidado de los consumidores y la prevención del consumo, a través de la experiencia escolar.
Finalmente digamos que si “el crimen es falta de patria para la acción, la perversión es falta de patria para el deseo, la locura es falta de patria para la imaginación.” (Zuleta, 1997), la escuela, las comunidades y la academia cuentan con conocimientos y experiencias que pueden contribuir con el tratamiento y prevención del consumo de drogas en los colombianos, y con el mantenimiento de una patria para el deseo, para la imaginación y para la acción.
Algunas referencias
Bienestar Colsanitas. (2018). Salud mental en Colombia. Bienestar Colsanitas, 159, 4.
González, J. (2004). La Orientación Escolar: una necesidad relevante en Colombia. Bogotá.
Rancière, J. (2003). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. (Laertes, Ed.). Barcelona.
Semana. (2018, September). Sin salida. 1897, 22.
Zuleta, E. (1996). Lógica y crítica. Lecciones de filosofía. (U. del Valle, Ed.). Calí.
Zuleta, E. (1997). La Educación un Campo de Combate. (Fundación Estanislao Zuleta, Ed.). Cali.