Los cinco sentidos de un maestro…

Los cinco sentidos de un maestro a la colombiana

Una reflexión para la conmemoración del día del MAESTRO

El 13 de octubre de 1989, Brecha, un periódico de Montevideo, publicó el escrito de Corina Gobbi, intitulado: Los cinco sentidos de una maestra. Buceando en el océano de la literatura educativa, el escrito llegó a mis manos y con base en éste se elaboró una ponencia a dos manos para el seminario Evaluación Nacional de Docentes, organizado por la Cooperativa Editorial Magisterio en 1999.

Dada la importancia del 15 de Mayo para maestros y maestras, coloco en el corazón de mis colegas la versión del escrito, como un gesto de reconocimiento, respeto y admiración por el trabajo que, día a día, realizan para hacer de Colombia una patria al alcance de quienes la amamos.

 La vista

Tengo ante mí, 40 niños y niñas. La mayoría están nerviosos, inquietos. Se mueven sin cesar. Sus miradas no corresponden a su físico, porque delatan dialécticamente la pobreza material y la riqueza mental; sus gestos denuncian el humor, las ganas de salir adelante, el amor hacia sus maestros, como también el malestar de no poder gozar de mejores condiciones de vida. Sólo unos pocos tienen esa expresión serena de la gente que está satisfecha consigo misma.

Las manos en ocasiones dejan entrever la mugre que se pega en la piel como producto del trabajo y del juego; la ropa no disimula el desgaste ocasionado por el uso y el abuso de unos niños y jóvenes briosos, indomables y a veces agresivos. Si miramos por debajo de los bancos y en el estrecho patio, aparece una colección de papeles corrugados, vestigios de cuadernos, lápices deformados y hasta segmentos de trapo.

Los pupitres declaran su deterioro porque están desajustados, rayados, sucios y con una señal que potencia: la escritura clandestina manifestando el amor y el currículo oculto de la copialina. Las paredes explicitan el acervo eucliniano de la geometría, pues se impone en las paredes la figura rectangular de los ladrillos arrebolados, junto al frío y a la ausencia de murales que alteren esa linealidad. Más allá, el pequeño patio de cemento, insuficiente para tantos niños y niñas que ven frustrado el Derecho a la recreación abierta y al disfrute del espacio público.

Ante esta disimilitudes, no falta la sonrisa de la maestra que incita a los pequeños y jóvenes a respetar el medio ambiente y a embellecer la segunda casa de la comunidad.

Pero, además, 40 niños y niñas transgreden todas las leyes de La Gestalt y de la Teoría Conductista, no hay estímulo natural que valga. No hay configuraciones posibles para un guarismo tan grande de cuerpos movedizos, frágiles y fieros. Mis pobres ojos son sólo dos, fijos y frontales. La naturaleza tendría que sabiamente modificárnoslos, en una mezcla de caracol y gallina, por ejemplo, para poder captar parte los acontecimientos.

Por ahora, siguen siendo apropiados para enfocar abarcativamente sólo a 25 o menos, como ocurre en Cuba y en Estados Unidas. ¡Ah! casi se nos olvida, esos ojos gustan más de las pantallas y de los ciberespacios que de nuestra presencia; de eso no cabe la menor duda. Reunidos los 300.000 maestros y maestras de Colombia, no podríamos en un minuto fijar la atención que produce una pantalla, puesto que son millones y millones los estímulos que ella produce. Ahí, tenemos una desventaja de centurias. No obstante, los maestros y maestras tenemos mirada de lince.

El oído

El ruido que soportamos supera ampliamente los 90 decibeles que un ser humano puede tolerar, el salón de clase es como un lugar donde hay más de media docena de locutores  con sendos radios encendidos con prédicas distintas. Pero no es sólo  esto. Hay 40 y más voces que llaman: “profe, no tengo lápiz”: “profe, esta niña me molesta”, “profe, ¿me deja ir al baño.?» ”, profe, ¿ya vamos a salir al recreo?. Pues, no todo el tiempo la clase es activa y ordenada, ni se sumerge en una pasión creativa y unificadora.
La entropía anuncia la existencia del Caos y la Complejidad, teorías emergentes en el siglo XX  y augurales en el siglo XXI. Además, hay ruido en el patio, en la calle, siempre aparece “algún acontecimiento” distractor. Un niño se lastimó, otro se escapó de la clase, a fulanito le robaron el mendrugo de pan, aquélla perdió la moña, a perencejo le dio la pálida, porque su estómago está vacío, a la niña del rincón se le bajaron las defensas por la infección renal, a un buen número de educandos les motivan otras cosas menos los contenidos de clase. Pero, sobre todo, estos niños exigen atención, requieren afecto, que se les hable al oído, que su maestro o su maestra les diga palabras que dan vida, buscan hallar en la voz del maestro algo que no han encontrado aún en su experiencia del mundo ni en la de su familia, persiguen por todos los medios el amor. Y yo estoy ahí, horas a su disposición y a veces me toman por asalto para que los escuche con cualquier pretexto. Es cuando uno dice, para ser maestro se necesita además tener oídos atentos, porque aquí se invierte la ecuación: mil palabras valen más que una imagen, entre otras cosas porque las imágenes que  a diario ven no satisfacen sus deseos como sí las palabras amorosas de sus maestros y maestras.

El tacto

Y cuando digo por asalto, es en un sentido literal; 40 niños son 80 manos,  400 dedos y millares de sinapsis que se producen; te acarician, te alcanzan el cuaderno para corregir, te interrumpen el paso, te dejan las huellas del sudor y del dulce en el vestido y las de sus desgracias en el corazón y en el cerebro. Mi cuerpo no da para 80 manos y para más de 40 cuerpos que se recargan ,momento a momento, sobre los hombros. ¿Y tantos estímulos, cómo llegan a mi rica corteza cerebral?. Yo qué sé. Pero, eso no es todo. Yo también quisiera acariciarlos, tener un gesto, abrazarlos, ser tierno o tierna, sentirlos y ayudarles a ser mejores personas, excelentes ciudadanos, brillantes profesionales, diligentes padres y madres de familia en el mediano plazo.

Pero son muchos, insisto, son cerca de medio millar de dedos. Así, mi cuerpo recibe órdenes contradictorias.  Eso es lo que explica por qué a los docentes nos duele tanto la espalda y el cuello. Puro estrés, la transducción se vuelve corto circuito. Encima el frío, el polvo, los problemas familiares, laborales, personales, ambientales y a veces cuando llueve, las goteras, la música desafinada que produce la caída de la lluvia sobre las tejas de zinc o de eternit. El frío nos tensa, nos encierra, nos distancia, pero nos convoca a unirnos. Estamos a 2689 metros más cerca de las estrellas. ¡Ah !, ¿cómo lo sienten? Pese a las adversidades, mi tacto sigue esparciendo sin reparo el calor humano que demandan las prolongaciones de los maestros y maestras conocidos como educandos.

El olfato

Esta es la parte más difícil de explicar. Hay que amar verdaderamente, amar lo que se hace, o no tener más remedio, para poder husmear lo que los maestros y maestras olemos. Es que la mugre y la miseria huelen, y huelen fétido, son los olores del capitalismo rampante. Son los olores más recónditos, inhóspitos, más íntimos, más regresivos, más estimulantes del rechazo. Aquellos que la civilización ha aprendido a sublimar. Cada parte del cuerpo, cada intercambio no controlado, huele. Y nosotros les decimos: “tienes que bañarte, tienes que lavar la ropa, tienes que usar desodorante, hay que lavar las medias, los pantis, los dientes y los calzoncillos. En una palabra, hay que quererse más y tratarse mejor, hay que luchar por la dignidad. Se necesita verdaderamente amor y coraje en este asunto.

En no pocas ocasiones está el olor a “picho”. No controlan los esfínteres, porque tienen frío, toman mucha agua para mitigar el hambre, porque el hambre da sed; piden ir mucho al baño; se angustian porque, los niños más grandes los asustan, les quitan las onces, los amenazan  “a la salida nos vemos”; porque tal vez, en su casa se les generaron miedos y formas de sobrevivencia a través de la agresión al otro, incluso hasta de la eliminación física. Pero claro, ¿quién no se asusta cuando lo amenazan o cuando lo  maltratan?. Cualquiera, ¿no es cierto?. No es un secreto para los maestros que, “la extorsión, el insulto, la amenaza, el coscorrón, la paliza, el azote, el cuarto oscuro, la ducha helada, el ayuno obligatorio, la comida obligatoria, la prohibición de salir, la prohibición de decir lo que se piensa, la prohibición de hacer lo que se piensa, la prohibición de hacer lo que se siente y la humillación públic»a, son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales de la vida familiar.

Les asiste la razón a un grupo de escritores latinoamericanos, quienes en el año 2000 expresaron: “En las puertas del próximo milenio el hombre está conquistando las estrellas, pero aquí en la tierra no ha llegado al corazón de los niños”.Sin embargo, la enseñanza de los Derechos Humanos comienza en la familia.

El gusto

Después de todo ésto, ¿qué sabor le puede quedar a un maestro o a una maestra en la boca?. Cuando tomamos una aguadepanela hirviendo, cafecito, tinto, o aromática para reconfortarnos un poco, en un lugar estrecho, donde casi no hay condiciones locativas para intercambiar entre nosotros, o conversar o para chismosear pacíficamente y casi ni un saludo, apenas si lo disfrutamos. Junto con el líquido caliente nos tragamos la angustia. No está previsto. La masticamos como un cuero que no se puede tragar, como un borrador, junto con la frustración, la humillación, el desasosiego. Y cuando llegamos a casa ¿qué?. Más angustias, más temores, más sospechas, más tensiones, más trabajos, más psicosis, porque en nuestro cuerpo están encarnados los 40 y más seres humanos y todo lo que implica la humanidad de unos pequeños educandos, que si bien es cierto sus casas son humildes- como lo expresó un día el viejito de las Cenizas de Ángela, en una escuela de Irlanda, -“sus mentes pueden ser como palacios”, que exigen mejores posibilidades de desarrollo emocional, intelectual, moral, ético, político y cultural.

Pero las glándulas salivales también se alteran al escuchar expresiones como ésta de un  padre hacia el hijo: “Ama a tu maestro porque pertenece a esa gran familia de trescientos mil maestros de educación preescolar,  primaria  y media esparcidos por toda Colombia, los cuales son como los padres intelectuales de millones de muchachos que crecen contigo; trabajadores no reconocidos y mal pagos que preparan para nuestro país un pueblo mejor que el presente.

Yo no estoy satisfecho del cariño que me tienes si no tienes también para todos los que te ayudan, y entre éstos, tu maestro es el primero, después de tus padres. “Ámalo como amarías a un hermano mío, ámalo cuando te acaricia, cuando es justo y cuando te parece que es injusto, ámalo cuando es alegra y afable, y ámalo todavía más cuando lo ves triste. Ámalo siempre. Y  pronuncia siempre con respeto este nombre: maestro, que después del de padre es el más noble, el más dulce nombre que pueda dar un hombre a otro hombre”.

“Nosotros no somos apóstoles ni mártires,– decía un maestro a los padres de familia -somos trabajadores y trabajadoras de la cultura, de la pedagogía, somos los arquitectos del saber: los apóstoles eran tipos muy macanudos; pero a ellos no le llegaban los recibos de teléfono, energía, gas, acueducto y alcantarillado, sin subsidio y upaquizados, ni pagaban arriendo, ni colegio, ni universidad, ni  les tocó padecer la privatización ni la globalización, ni la revolución de la información, ni sufrieron la catástrofe neoliberal”. Pensemos que a nuestro alrededor tenemos dulzura, algo que nos incita a golosinear, digamos amorosamente que se trata de 40 postres.
¿Cómo podemos saborear esas cuarenta inteligencias?; ¿será posible realizarlo en tan poco tiempo?, ¿si los consumo todos o la mayoría me indigestaré?. Los maestros somos un cuerpo cuyo sentidos a diario se ponen en juego abarcando otros dimensiones como el sentido del humor, el sentido de la responsabilidad, el sentido de pertenencia y el sentido pedagógico de nuestras prácticas. Los  maestros  no estudiamos para ser la “segunda mamá”, ni el “segundo papá”, y sin embargo, en ocasiones toca serlo. Hoy, los padres y madres de nuestros educandos trabajan, tienen muchos hijos, están sobrecargados de problemas, siendo los maestros y las maestras el apoyo invaluable en la formación de sus hijos e hijas.

La persona que no ha tenido la oportunidad de olfatear en la práctica pedagógica, quien no ha escuchado sus ruidos, quien no ha degustado los sabores y sinsabores, quien no ha visto su panorama in situ, y quien no ha sabido qué es tener la piel erizada en el arduo trabajo de enseñar y de dejar aprender, difícilmente puede hacer juicios de valor justos con los maestros y maestras.

Lo que diferencia al proceso de enseñanza y aprendizaje de otros procesos, su peculiaridad, es que la transformación no acontece con objetos materiales inanimados como en una fábrica, sino con seres humanos particulares, con personas que se modifican a sí mismas con la ayuda de otras personas más capaces; es decir, con los pedagogos, sujetos preparados para guiar, orientar, mediar, compartir, investigar, comprender y afirmar la cultura, el conocimiento, los valores, la tecnología y el amor.

En un panorama como este, la importancia del magisterio no tiene discusión, el valor de su trabajo es colosal, porque prácticamente los maestros y maestras somos los únicos que le estamos dando al niño lo mejor que puede dárseles. Los maestros en medio de la ingratitud y el olvido, como lo escribe Castro Saavedra, hacemos el más noble de los oficios: cultivar la inteligencia de los niños, niñas y jóvenes, estimular su pensamiento, animarlos a encontrar la rosa de la razón en la cruz del presente, como lo dijese Hegel. Un abrazo para todos y todas en este inconmensurable día.

Con sentimientos de aprecio.

José Israel González Blanco

Nota: Este artículo fue publicado por la Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, Vol XXXVII, 1 y 2 trimestres. México DF, 2007, p..141-146. Aparece como coautora Gloria Helena González P.

Historia de un león que no glorifica al cazador Pt 5

Historia de un león que no glorifica al cazador: El Distrito I


El sueño de ingresar al Distrito

Llegar a trabajar en el magisterio del Distrito era y sigue siendo un sueño y un honor, era el mejor logro, laboralmente hablando. Y ¿Cómo no lo iba a ser si Bogotá era y sigue siendo la ciudad con mayor capital cultural, la mejor equiparada en servicios, con buen clima y con bastantes ventajas sociales, económicas, culturales, ambientales y políticas?

El mérito era muy alto, porque el ingreso era a través de pruebas orales y escritas, mientras que en las regiones estaba mediado por el compadrazgo político, las vacantes las negociaban sobre todo lo políticos liberales y conservadores. Más aún, si en un pueblo se sabía de la renuncia de una maestra, los potenciales herederos de esa plaza que quedaba temporalmente vacía, concurrían a la Secretaría de Educación, con la dimitente maestra y con un padrino, para patentar el nuevo nombramiento.

En las regiones había profusa expectativa por la convocatoria a exámenes para el ingreso al magisterio distrital. Precisamente, una noche, estando en Chiquinquirá, mientras cenaba con una colega, antes de ir a la universidad, surgió el comentario: “mañana es el último día que venden de formularios para entrar al Distrito”.

Ante la azarosa noticia, no hubo mas remedio que llamar ala jefe de grupo de Saboyá, para pedirle el permiso. La noche transcurre y con el cantar de los gallos se apronta el improvisado viaje… a las 4 de la mañana ya estaba sentado en una silla de la flota Reina… y a las 8 am ocupaba el lugar No 1237 (según el serial de una ficha que un transeúnte vendía apara organizar la cola) en una larga fila que circundaba las instalaciones de El Campin, en busca del formulario…

Adquirir el formulario era una gran proeza, diligenciarlo bien era una verdadera  hazaña y radicarlo en medio de empujones, regaños y malos  augurios para los migrantes del campo, era un loable fruto. Los documentos anexos no pasaban de ser el registro civil de nacimiento, copia del diploma y fotocopia de la cédula de ciudadanía, que por la época empezó a entregarse a  los 18 años d edad.

Transcurridos pocos días la SED divulgó las listas de los preseleccionados para el examen. Las hojas con la  información fueron puestas en las ventanas de la extinta DIE-CEP, en el barrio Eduardo Santos. Llegar al sitio no fue un asunto fácil, pero más difícil fue el acceso al lugar del examen. Empero la prueba fue resuelta y superada, hecho que garantizó la presentación de la entrevista.

Jubiloso con la meta alcanzada, dispongo tiempo, allá en la vereda de Monte de Luz, para preparar la entrevista, porque los comentarios de algunos colegas versaban alrededor de la imposibilidad de pasar, dado que quienes preguntaban eran los supervisores del distrito y los capacitadores del CEP, personas muy calificadas académicamente y con mucha cancha en el ejercicio de al docencia,  capacitadores de la DIE-CEP y algunas rectores fogueaban los conocimientos.

La entrevista fue colectiva, pero comenzó con un ejercicio individual en el que cada aspirante debía hacer un relato sobre un acto pedagógico que lo hubiese marcado en su vida escolar; luego vino la lluvia de preguntas, encaminadas a dar respuestas sobre la actitud del maestro como administrador de currículo…pues no podía esperarse algo distinto, porque la Secretaria de Educación era la doctora Pilar Santa María de Reyes, una de las más furibundas impulsoras de la Tecnología Educativa y el Desarrollo Curricular…de ahí que la clave del discurso estaba en referir tres palabras: insumo, proceso y producto.

La formación pedagógica y didáctica en la Normal no fue ajena a esta postura, pues el fuerte de la práctica pedagógica estaba, por ejemplo, en elaborar objetivos en infinitivo, eso si sin usar verbos como comprender y entender, porque no eran medibles, ni cuantificables. La evaluación debía ser objetiva, verificable, comprobable, medible y puesta en datos, lo demás no tenía reconocimiento. La divulgación de las ideas de Skinner, Bandura, Gagné, Blomm, el Conductismo y el positivismo eran preponderantes en al política educativa.

Aprobada la entrevista, el paso contiguo es adjuntar la documentación, cuestión que llevo a cabo en enero de 1981, mes en el que muere mi padre a los 41 años. Esta es la tercera pérdida emocional por muerte que debo lidiar en los albores de la juventud. Radicados los documentos venía la etapa de posesión.

En marzo, recibo la resolución de nombramiento para el colegio Marco Fidel Suárez, institución en la que apenas pude traspasar la puerta, pisar el corredor y saludar a la coordinadora, quien al enterarla de mi nombramiento enfáticamente expresó: “pero aquí no hay ninguna vacante…devuélvase para la Secretaría, porque acá pierde su tiempo”.

Mientras bajaba las escaleras observaba el colegio y lo comparaba con Sábripa, Monte de Luz, El Batán y rápidamente colegia: “definitivamente Bogotá es Bogotá…la gente tiene razón de venirse para acá, porque estos son verdaderos colegios: tienen agua, luz, pavimento, personal administrativo, buenos salones, vías de acceso, dos jornadas diurnas, televisores, teléfono, porteros, aseadoras, un maestro para cada curso y no existe tanto riesgo como en las veredas...”

Después de muchos tropiezos por el desconocimiento de la ciudad, le pregunto a los transeúntes acerca de las rutas para llegar al Centro Administrativo Distrital…ingreso al piso 12 de la SED, espero frente a la Dirección de Educación Primaria, junto con un monja de piel negra, gafas obscuras y atuendo gris…nos piden que sigamos, mientras tanto la religiosa le va expresando a Doña Georgina de Cabra:

-“en el colegio me falta un docente de primaria»

La afamada supervisora me mira fijamente el rostro y me interroga – “¿Tu vienes por el nombramiento, verdad?

Yo, con la cara sonrojada y eso que llaman pena en mi semblante, le entrego la nota de rechazo firmada por la coordinadora.

Ella no vacila en decirle a la reverenda: “le tengo la solución hermana, váyase con el maestro de una vez y me lo manda con la constancia firmada”…La monja sorprendida, me mira con el rabillo del ojo y dice: “mucho gusto, soy la hermana Martha, directora de Fe y Alegría en Vitelma… vamos que en el parqueadero tengo el carro para subirnos, porque a las 12:30 empieza la jornada y los niños están sin profesor”…

Efectivamente, a las 12:45 de la tarde arribamos al colegio, una construcción de dos pisos, ubicada en la margen occidental de la vía que comunica el barrio Los Laches con la calle 11 Sur, frente a los tanques del antiguo acueducto de Vitelma…un colegio que impactaba con el orden, la decoración, el aseo y contaba hasta con un dispensario para atender a los niños y a personas de la comunidad.

La religiosa, de una vez me llevó al salón de primero primaria y le ordenó a la maestra titular, que en adelante se hiciese cargo del curso 4o y dejara al nuevo maestro con ese grupo. Los niños muy amables, vestían uniforme gris con el escudo de Fe y Alegría, cerca al corazón…todos se pusieron de píe, saludaron con las buenas tardes al unísono, empezaron a mostrarme las planas, los dibujos y no faltaron aquellos que pidieron una tarea…36 niños conformaban el curso, cuya entrada era a las 12:30 y la salida a las 5:15 p.m.

Transcurridas dos horas suena una campana para salir al recreo, ante lo cual no pude ocultar la tristeza al recordar el sonido del cacho que sonaba en la vereda…los chicos salieron a un patio grande a jugar y la hermana estuvo pronta a llevarme as la sala de profesores, para el protocolo de presentación y para ingerir un café con unas galletas… Ingresé y tímidamente estreché la mano derecha con las profesoras, muchas de ellas licenciadas, quienes no dejaron de observar la pinta de este maestro oriundo de la provincia colombiana. Había maestros distritales y maestros nacionales en ese plantel.

– «Ese es el refrigerio que aquí nos dan todos los días”, opinó Rafael, un licenciado en idiomas, oriundo de Socha, municipio limítrofe con Sátivanorte, estudiante de la ESAP y docente del colegio San Juan Bosco.

Al día siguiente, tuve que anunciarle al director de la Escuela Distrital Juan XXIII, que yo estaba laborando en Fe y Alegría. No olvido, que la planta física era la de una escuela de las construidas por la Alianza para el Progreso, ubicada en la calle 11 con carrera 4, zona educativa No  4, de la alcaldía Menor de san Cristóbal.

Pasado el segundo día de clases, debo pedirle permiso a la hermana directora para viajar a Boyacá a pasar la renuncia irrevocable de mi cargo como maestro.  La religiosa no recibió de buen agrado mi petición: “¡No acabas de llegar cuando empiezas a pedir permisos!… ¿y los niños con quien lo voy a dejar?”.

Esa fue una primera afrenta que recibí ante lo cual contesté con el silencio, no sabía que decir. El profe Rafael se dio cuenta del estado de la relación con la vicaria, sospechó del tema y con la disculpa de preguntar algo sobre el horario, se acercó y dijo: «tranquila hermana, yo cuido el curso mientras él llega”. Para logar el cometido, viajé a las 4 de la mañana a Tunja, entregué la renuncia a las 8 am y estuve de retorno en el terminal, de tal manera que a las 12:30 retomaba las clases en Fe y Alegría.

José Israel González Blanco

Didáctica y Dietética de la Convivencia

El palo está para hacer cucharas…

“A quien no come no se le puede exigir moral”

A la persona que no se le permite aprender, crear y recrear el arte de convivir no se le puede exigir que no sea violento, podríamos hipotetizar, parodiando la afirmación de Bertolt Bretch, al referirse a la ingesta de comida por parte del ser humano. La escuela, en su ontología ha sido creada para alimentar la mente de niños y niñas, para permitirles aprender a ser ellos y ellas, en otras palabras para ayudarles en su cualificación como ciudadanos democráticos.

No obstante estas premisas históricas, a la escuela del mundo globalizado y convulsionado que estamos viviendo le exigen al centro escolar cumplir con una serie de tareas para los cuales no ha sido forjada. En este sentido, los maestros y las maestras deberíamos retomar el papel de la formación ciudadana y dejar que otras instituciones se ocupen de asuntos que no le son legítimos, al fin y al cabo, la educación no es responsabilidad exclusiva del centro escolar, sino que le compete también a la familia, a la sociedad y a otras entidades del estado. Por eso, “Un maestro– apunta la coordinadora del Programa sobre el Desarrollo Profesional Docente en América Latina, Dense Vaillant, refiriéndose al premio compartir 2007- lo que debe hacer es enseñar a sus estudiantes a leer y escribir”[1] y no enfrentarse a ejercer otros roles para los cuales no está preparado.

La Didáctica y la Dietética de la Convivencia es una ruta de trabajo pedagógico centrada en la reflexión y la acción pedagógica, cuyo corazón es el lenguaje de la lectura y de la escritura. La propuesta comienza con una asepsia pedagógica/didáctica, continúa con una exposición acerca del sentido de la Didáctica y la Dietética de al convivencia y finiquita con la ingesta de las vitaminas de la convivencia. En lo atinente a la asepsia, hay un aperitivo y un postre, muy concentrados los dos, preparados por igual número de nutricionistas de la lengua castellana: Gabriel García Márquez[2] y William Ospina[3]. El segundo se ocupa de hacernos sentir la riqueza que tenemos como seres humanos y el primero traza una carta de navegación, para hacer de Colombia un país al alcance de los niños, aspectos relevantes en toda la propuesta. Al píe de página están las referencias de estas dos lecturas que merecen ocupar el lugar que les pertenece en la vida escolar.

La propuesta está articulada a la profundización en la comunicación, concretamente en lo relativo a la formación de los estudiantes en valores. La lógica de la enseñanza aparece plasmada en la Ingesta pedagógico/didáctica, escenario en el que se dan las indicaciones para llevar a cabo el proceso. La propuesta afirma a los educadores como vitaminizadores, huelga decir, como profesionales comprometidos en su praxis con la convivencia.  Concretando, esta nueva reflexión será entregada en cuatro momentos a saber: Primero: El sentido de la Didáctica y la Dietética de la convivencia; en segundo lugar: El Maestro Vitaminizador y, en el tercer  momento: La ingesta pedagógica/didáctica. No puedo dejar de advertir, que la semilla de los contenidos de este documento, al igual que los de El cazador… y los de la Quincuagenaria dama, se sembró al rayo del sol naciente del Tercer Milenio y en su publicación conserva el estilo original de forma y de fondo; no obstante, las elipsis descritas por el astro, la simiente se puede cosechar. “El palo está para hacer cucharas”.       

[1]VAILLANT, Dense (2007). De la desprofesionalización a la profesionalización docente en América Latina. Palabra Maestra No 17, p.4. Bogotá DC..

[2] Consúltese: GARCÍA MÁRQUEZ Gabriel.(1995) Un manual para ser niño. Santafé de Bogotá, D.C.: Ministerio de Educación Nacional, p.29.

[3] Consúltese también: OSPINA William La riqueza escondida.

LAS VACUNAS DE LA CONVIVENCIA.

Reflexión acerca de la experiencia pedagógico/didáctica

Sobre la base de los comentarios recibidos acerca de Las cápsulas de la convivencia, me he puesto en la tarea de esculcar los bolsillos del computador, hasta encontrar una experiencia reflexionada, para colocarla en la pupila de los amables seguidores del blog. Fue una acción pedagógica/didáctica, cuyos hacedores fueron los maestros del extinto Centro Educativo Distrital Rural Horizonte, hoy sede C del colegio que guarda el mismo nombre. El relato mantiene su forma y contenido originales.

Los asistentes cruzan miradas picarescas, contagiadas de risa y mofa. “¿Pero, cómo sería esa vacunación?”, interpela otra docente; “no sé… pues pensemos de qué manera lo haríamos”. “Se me ocurre- apuntala otro maestro- que eso es posible de manera simbólica”. “Bueno sí, pero ¿cuál sería esa manera?”. “Vean, los invitamos a una reunión mediante una nota, eso sí, ´bien jalada´, en la cual se les coloca de presente la importancia de su asistencia a un taller, cuya duración es de 7AM a 9 AM”. ¡Listo!, interviene otra maestra para precisar quién preside el taller. Transcurridos varios minutos, la conversación, además de tomar cuerpo, ya tiene incorporada el alma de qué hacer, situación que nos permite canalizar el diálogo, por los bordes del cómo? Empero, el qué todavía no está determinado, porque se trata de realizar una jornada de vacunación, sin definir aún cuáles son las vacunas.

Vacunas simbólicas: una invención en el laboratorio escolar.

Evocando el pensamiento de Mockus, el filósofo y exalcalde de Bogotá y siguiendo el vestigio del creador de la vacuna contra la Malaria, nos colocamos en la tarea de estudiar la cantidad y el contenido de las vacunas. Efectivamente, en esa cálida conversación brotan los nombres de nueve vacunas, unas curativas y otras proactivas. De las primeras, tenemos: vacuna contra el maltrato físico y mental, vacuna contra el desaseo, vacuna contra el desamor. Del segundo grupo aparecen: vacuna para alimentar bien a los niños y niñas, vacuna para que  asistan a las reuniones, vacuna para hablar bien de sí mismos, de los hijos y de la institución; vacuna para apoyar las tareas de los educandos, vacuna en pro del respeto hacia las personas, los animales, los bienes muebles familiares e institucionales y de la naturaleza; vacuna para fortalecer la autoestima y otras.

Una vez puntualizados los contenidos, disponemos el tiempo al trabajo operativo; es decir, nos ocupamos de los pormenores de una jornada de vacunación; por supuesto que los primeros referentes fueron los conocimientos experienciales. Recordamos aquellas épocas de infantes, cuando, a través de una enorme jeringa, auxiliares de enfermería inoculaban, en nuestros indefensos músculos, anticuerpos para preservarnos sanos. Coincidimos en que fueron  momentos de dolor y llanto, dado que la sensibilidad se inclinaba más por el miedo que por un acto benévolo, lo cual, a cambio de mitigar la angustia, acrecentaba la ansiedad y el susto.

Los antecedentes descritos posibilitaron una somera reflexionar acerca del impacto de las vacunas en el sentir y pensar de los padres de familia. Aparecen en la atmósfera conversacional, además de risas, nostalgia y un humor sostenido, nuevos ingredientes tales como la importancia de involucrar en la jornada, no sólo a los progenitores de los estudiantes sino también a los niños y docentes, porque, al fin y al cabo, todos los agentes de la comunidad educativa escolar requieren o requerimos de la inyección de vitaminas para convivir, como verdaderos humanos y superar esa situación de vergüenza que nos hace ver ante las demás especies del universo, como seres irracionales, depredadores, insensibles ante la barbarie e irresponsables ante la continuidad de la vida en el planeta. Vistas así las cosas, optamos por conseguir jeringas plásticas, elaborar las etiquetas correspondientes a cada vacuna, ubicar un cordón para enhebrarlas y de esta guisa hacer que los vacunados las guarnezcan en el cuello, brazo o sencillamente logren asignarles un lugar en su habitación, obviando la pérdida del símbolo.

En cuanto a los contenidos de las ampollas se de procedió a comprar jugos, yogurts, leche empacada y agua envasada. Dispuestos los ingredientes y mecanismos de operación, se da paso a la imaginación; vale decir a reflexionar alrededor de cómo hacer realidad este sueño y a pensar en la accesibilidad y en las resistencias que emergerían de los vacunados. También se tuvo en cuenta el papel de la directora, los docentes y el equipo de apoyo pedagógico de la institución. Con este estilo se aprontan las vitaminas sintéticas  para la convivencia en el paraje de la escuela.

De la tiza a la jeringa

Puestos en marcha todos los preparativos llega el día esperado, que en realidad se convierte en una semana de vacunación. Los padres, son convocados por el maestro de cada curso, en fecha y hora específicas; Ellos y ellas, presurosos y expectantes arriban a la escuela; mientras tanto los docentes, no entrenados correctamente, se ingenian la manera de aplicar las vacunas. Fue un ejercicio interesante que permitió desaprender la dependencia captada y colocar en juego valores como: la cooperación, ayuda mutua, la creatividad, la responsabilidad y el ser emprendedores. El primer día asisten cerca de medio centenar de hombres y mujeres. ¡Qué sorpresa!, “no hay salón pa` tanta gente”. El ritual de la vacunación comienza con una dosis de sensibilidad: Los problemas que amenazan la educación colombiana; la importancia de los padres y madres de familia, como primeros educadores de los hijos y luego sí el contacto con la aguja.

En esta primera parte del ritual se invierte cerca de una hora; luego, se procede a la exposición del árbol del PEI, un árbol construido colectivamente entre los docentes y puesto en obra artística, a través de la pluma de una maestra y la directora del centro educativo. La pretensión estuvo encaminada a recordarles a padres y madres de familia, cuáles son los principios, las metas, contenidos, plan de estudios y logros que erigen el Proyecto Educativo. Cumplida esta etapa, los asistentes se desplazan a los salones donde, a diario, reciben clases sus vástagos. Allí, las profesoras, en la fecha indicada y por grados los esperan, para explicarles, paso a paso, en qué consiste la jornada de vacunación, qué implicaciones tiene el fluido y a qué se aspira con esta acción. Terminado el acto, cada persona recibe las nueve dosis. Esta estrategia se lleva a cabo en los talleres  con padres de familia y estudiantes de segundo a séptimo grado.

Ya en la consumación del acto, mientras los padres, disciplinadamente, esperan su turno, afloran comentarios que interpelan la actitud de los docentes y el sentido de una actividad, que tradicionalmente ha estado puesta en un escenario conocido como centro de salud. Preguntas como: “¿Será que las profes saben aplicar vacunas?”, “¿Dónde aprenderían?”, “¿Qué tal que me hagan daño esas vacunas?”. “¿Y después de esto que seguirá?”  Y, expresiones espontáneas como: “¡Si yo hubiera sabido antes que aquí  aplicaban inyecciones hubiera venido aquí a mandarme aplicar unas ampollas que me formuló el doctor!”, señalan el pensamiento que, las personas participantes en la campaña de inmunización contra la violencia familiar y escolar, van tejiendo acerca de este acto pedagógico.

Las apreciaciones de los maestros.

Por su parte, los maestros vacunadores, no dan tregua a las valoraciones; uno de ellos, el docente más veterano de la institución, resume, la primera reacción, de manera contundente: “¡qué ridiculez!”[1]. Mientras tanto, el profesor de música, al parecer ya en un segundo momento del ejercicio, entrega el siguiente testimonio:

“Una madre de familia, famosa por su forma poco cortés de hacer reclamos y por asegurar que siempre tiene la razón, estando en fila, próxima a ser vacunada, me dijo con mirada profunda y cara de enfado: ¡tengo que hacerle un reclamo!. Sin darle tanta importancia le respondí: hablamos después de la vacuna. Pasó un largo tiempo y en uno de los corredores (de los primeros) nos encontramos, cara a cara. Su mirada y su rostro eran distintos, la reconocí por la voz, cuando me habló sobre el supuesto reclamo; la escuché pacientemente y ella me oyó de la misma manera. Pudimos dialogar y entendernos. Ella aceptó su error y el de su hijo. Yo comprendí que mi error era mayor; pues poseo algo más de estudio y de cultura, por lo tanto, mi actitud debió ser otra: más inteligente emocional”[2].

A su turno, una maestra, desde la coordenada de la pedagogía reeducativa, entrega un interesante análisis, del cual registramos este aparte:

Situándome en el plano social y utilizando un poco la confrontación, concluyo, que las infecciones causadas por virus engendrados en grandes nidos de irrespeto, intolerancia, injusticia, incomprensión, insatisfacción, y en general por la violencia y el desajuste social del país, obligan a los sujetos a la búsqueda de potentes anticuerpos para detener el crecimiento o arraigo de estas peligrosas enfermedades que amenazan cada día más con los inmensos esfuerzos y deseos de todas las personas por lograr una verdadera convivencia; convivencia que paulatinamente se hace más difícil en los diferentes espacios de interacción del hombre debido a la heterogeneidad de caracteres que se forman a lo largo de las etapas de la vida…fue una oportunidad para llevar a la sensibilización y reflexión de todos quienes allí participamos. Pienso que estas jornadas de vacunación pueden tener una gran proyección en éste y los años posteriores del medio escolar[3].

Otra docente, se detiene a describir la observación, que ella realiza en el momento en que acontece la vacunación y nos lo comunica  a través de una carta, de la cual extractamos el siguiente párrafo:

En fila fueron pasando una a una y uno a uno padres y madres a recibir la vacuna; algunos temerosos, expectantes otros y unos pocos tranquilos porque iban de redoble en su dosis. ¿Sería que estaban enfermos?. No se, pero yo les decía a todos: al que se le encone o le dé fiebre, es porque el virus viene en camino… a la señora fulana hay que aplicarle triple dosis…. ellos se reían con gesto pícaro o de pena…Otras personas decían que la porción era muy poquita y algunas abrían una bocota, ante lo cual yo les decía : no, esto no es para desayunarse, es una vacuna (risas y más risas)…La jornada terminó alegre y reflexiva, creo que de manera lúdica y amable le dijimos a la familia que debemos pensar más sobre nuestros actos, nuestras responsabilidades y sentimientos hacia los demás[4].

Antes de finiquitar este discurso digamos, que para la coautora del escrito, la experiencia no fue muy grata, entre otras razones porque el acercamiento directo a los padres de familia permitió percibir la dimensión oculta de cada uno de ellos con su propio cuerpo, con el cuidado o abandono en que lo mantiene, con la higiene. Veamos:

Se llega el día. Corresponde a los niveles tercero, cuarto y quinto. Son las siete de la mañana, comienzan a llegar los padres de familia, unos afanados porque no se pueden demorar, otros con una actitud calmada preguntan dónde es la reunión; ingresan al salón, allí se encuentra el profesor José quien con un saludo cordial y caluroso los invita a seguir. Comienza su charla. Los padres escuchan atentos, mientras que los que llegan retrasados se ubican. Hay buena participación. Termina la charla. El centro de vacunación, está ya preparado. Se invita a los padres a que sigan, en forma muy natural se organizan en fila. Se observan caras afanadas, otras inquietas. Se escuchan murmullos como ¿cuántas vacunas serán? Ojalá que me toque con una profesora que tenga buena mano«.

Cuando pido al primer padre que abra la boca, sentí ganas de ir al baño, pues me produjo náuseas la higiene oral de este señor, sin embargo, comencé mi labor, haciendo comentarios como: esta vacuna es contra el desamor; los padres se reían y decían que si podían repetir la dosis, otros expresaban: “de usted profesora me dejo vacunar las veces que sea necesario, ojalá que esto nos sirviera para cambiar. Y así se llevó a cabo la jornada, en medio de risas, afanes y expresiones de agradecimiento.”[5]

A manera de recomendaciones…

Pongámosle el cerrojo provisional a este escrito, transfiriendo el sentir de una maestra, quien coloca en nuestras posibilidades el siguiente aporte al proceso:

“Tal vez haya dentro de esta gama de vacunas, algunas que necesiten una dosis mayor y un constante refuerzo en algunos entes de la comunidad educativa; así por ejemplo, faltaría crear y aplicar vacunas específicas para rectores, coordinadores, docentes, estudiantes, padres de familia, Consejo Directivo, Consejo Académico y en general para toda la comunidad. Sería conveniente que estas jornadas se hicieran en un solo momento para todos, como una actividad extra, en la que se vea la concurrencia, el interés y la responsabilidad de cada uno por aplicársela. También sería conveniente el diseño de un cartón de vacunas en donde se le registre y se le indique a la persona, el refuerzo de alguna en particular y la importancia de esta en la vida de su hogar y de la escuela. Podría simbolizarse la aplicación con un sello o una etiqueta adherible para hacerlo más práctico, menos demorado y para tratar de dejar una huella al respecto”[6].

No obstante, las incomodidades, gustos y disgustos, sorpresas, vicisitudes y proposiciones suministradas por la experiencia pedagógica, podemos inferir: de una parte, que el pretexto de las vacunas, provoca la participación de los miembros de la comunidad educativa y pone en evidencia la confianza que continúan teniendo los padres y madres de familia en los maestros; de otra, prácticas pedagógicas como la que estamos relatando le dicen al Nobel de Aracataca, que nuestra educación creativa, alegre y centrada en la convivencia, propicia y fortalece la escuela y que “nuestra violencia irracional viene en gran parte por culpa de una educación, represiva, embrutecedora” y alienante, que ofrecen los gobernantes y los medios masivos de comunicación, más que por autoría de la institución educativa escolar.

En la próxima entrega: Las vitaminas de la convivencia

[1] RUBIANO, José. Vacunas para la convivencia (instrumento de evaluación). CED Horizonte, Santa Fe de Bogotá, noviembre 24 de 1999.

[2] MONROY, Abelardo. Vacunas para la convivencia (instrumento de evaluación). CED Horizonte, Santa Fe de Bogotá, noviembre 24 de 1999. En la Revista Educación y Cultura No 55 hay un artículo que alude a una experiencia de PEI con las inteligencias múltiples.

[3]  BERNAL, Ana Laurenza. Las vacunas para la convivencia, Santafé de Bogotá, enero del 2000.

[4] * Carta de ADALGIZA LUNA MOSQUERA, curso 2º a los autores de la iniciativa. Enero del 2000

[5]GONZALEZ PELAEZ, Gloria E. Vitaminas para la convivencia: el proceso vivido por una maestra. Santafé de Bogotá, enero/2000.

[6] BERNAL, Laurenza. Ibídem.

La escuela: Una llama vacilante en los Cerros de Usaquén y de Macondo.

 La escuela: una llama vacilante en los Cerros de Usaquén y de Macondo.

La llama de la transformación del Agustín Fernández.

En el relato acerca de las Cápsulas de la Convivencia hice la alusión a un personaje de la historia de Colombia llamado Desquite. Él fue un mortal que no eligió la violencia sino que la violencia lo escogió a él, un aliado de la muerte, un hombre que nunca fue a la escuela, y a quien un poeta nadaísta le hizo una elegía, en la que de modo hipotético expresa: si Desquite hubiese tenido las mismas posibilidades de Gonzalo Arango, seguramente su tumba no estaría cavada en una montaña, sino que su cuerpo rugiría en los paraninfos, haciéndonos comprender, con sus poesías, que la mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. Pero no, Desquite escribió en los corazones de algunos colombianos versos de dolor con el esferográfico de las armas, por falta de oportunidades. Cuenta la historia, que en el filo del puñal se leía: “Esta es mi vida”. (Arango, 1958)

Bueno, ¿Y que relación tiene Desquite con nuestras escuelas?

La llama prometedora de Usaquén

Pues sencillo, que en Los Cerros de Usaque, hoy convertidos en noticia nacional e internacional por la violencia y la muerte, hay miles de niños, adolescentes y jóvenes carentes de oportunidades para hacer valer su pluma. Prácticamente la única oportunidad es la Educación Básica y Media, en los colegios estatales, con serias falencias en calidad, dotación, cobertura, sentido, autonomía y reconocimiento.

Es un modelo de escuela que pende de políticas extranjeras, que ha heredado la huella homogenizante, normalizadora, que sigue siendo excluyente, muy desatendida por los gobernantes y vilipendiada por la sociedad; no obstante, es una de las pocas esperanzas que tienen la infancia y la adolescencia de los Cerros y del país. Es, evocando a Cortázar (1963) en la Rayuela: La luz de la paz del mundo.

En el libro: Culturas para la Paz, compilado por Suzy Bermúdez (1995, 305), Matilde Ocampo, hace más de tres lustros, recomendaba: “La escuela debe estar más centrada en el reconocimiento que en el conocimiento…la educación hincada en el conocimiento forma para actuar en una sociedad basada en la competencia y en el logro de la eficiencia económica y política: generalmente los valores se dejan de lado. Los responsables del saqueo del erario y de la violencia no son exclusivamente iletrados o personas de poca escolaridad, sino profesionales o bachilleres que han estado sometidos a nuestros sistemas educativos y que han aprendido a competir de manera eficiente.”

La llama empoderada  de Unión Colombia

“Somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir.” Escribe García Márquez. Si todos los decesos que han enlutado a los pobladores de los Cerros, desde el inicio de su poblamiento, y a los colombianos a partir el descubrimiento de América, hasta hoy, causados por la violencia, no hubiesen jugado su corazón al azar, como en la Vorágine, “otro gallo cantaría”, no el gallo de pelea sino el que anuncia la alborada.

Y si sobre esas tumbas, además de rezar y poner flores, familiares, vecinos y compatriotas nos preguntáramos con el autor de la elegía: ¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? ¿No habrá manera de que en Colombia, en lugar de que las personas se maten unas con otras, potencien mejor la vida? Entre tanto, Guillermo Hoyos, refiriéndose a Desquite, nos insta a escribir un epígrafe distinto.

 

Pero, “en juego largo hay desquite”

La llama de la acogedora del Aquileo Parra

El desquite, con minúscula, en el adagio popular, hace hincapié a otra oportunidad. Volviendo a nuestro Nobel, “la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía”. Es la oportunidad para que los chicuelos de los Cerros de Usaque y de Macondo deshagan ese inri de que en Colombia – como lo escribió Moreno Durán- “todos nacemos sospechosos y morimos culpables”, pero para ello se demanda el apoyo de la sociedad, del estado y de una ciudadanía y una cuidadanía que, a cambio de estigmatizar, aliente, que con sus palabras no mate sino de vida, como diría Huidobro.

Y no es cualquier apoyo, se trata de de pasar de de la formulación de políticas centradas en bienes y servicios a una planificación con énfasis en las capacidades, entendidas éstas como la libertada positiva, que liga justamente la posibilidad de SER con el hacer. En palabras de Amartya Sen (1998), se trata de sostener una ligadura entre la habilidad y el bien. Así, aduce el premio Nobel de Economía, “se logran niveles adecuados de funcionamiento social.»

La llama refulgente de Saludcoop

Los adolescentes y jóvenes de los Cerros y de Macondo tienen mucha capacidad de pensamiento y de acción; les agrada bastante el deporte, tanto que a veces hasta contravienen normas comunes por acceder al él, pero la oferta que hacen los planes de desarrollo es mínima. A los estudiantes de nuestros colegios les encantan las salidas pedagógicas, sobre todo al mar y a las regiones, pero en el Plan de Desarrollo Local, por ejemplo, se ocupa tangencialmente de ello, pese a propuestas concisas como la defendida por los educandos del Nuevo Horizonte, en los Encuentros Ciudadanos: «Vive a Colombia, estudias por ella.”

Entonces así ¿Cómo se pueden potenciar las capacidades de la población? ¿Cómo auscultar el ser con el hacer en una práctica que supere esa mirada pobre de las competencias curriculares? Nuestros estudiantes, verbi gracia, no están pidiendo grado 12, tampoco jornada extendida ni única, porque esos bienes no mantienen vínculo real entre el ser, el hacer y la libertad positiva, pues es “más de lo mismo”, sobre unas bases muy discutibles, acomodadas por el Banco Mundial, tal como lo demuestra el historiador Jorge O. Melo en: Malas propuestas (El Tiempo: 30 01 2013); igualmente, el columnista Diego Arsitizábal (El Espectador febrero 3 2013) para quien el problema no es tiempo sino de fondo: “No se trata de tiempo ni de inventar esas estúpidas pruebas al final de cada ciclo”.

La llama ondeante del Cristóbal Colón

Bueno, y dadas esas circunstancias de tanto improvisación en las políticas sociales, de tanto dolor, de tanta pobreza asumida como la ausencia de bienes y servicios, al lado de la violencia intrafamiliar, y junto a esa carencia de oportunidades, el gobierno local, distrital y nacional no debería seguir pensando para el pasado sino para el aquí y el ahora, es decir, que todos estos acontecimientos deberían verse como los síntomas de una sociedad enferma que pide al unísono: equidad, reconocimiento legítimo, trato digno, justicia social, libertad positiva y desarrollo de sus capacidades básicas.

Y debería pensar más en los niños y en sus maestros, porque tanto los unos como los otros reclamamos apoyo de la sociedad y del estado, para que esa llama vacilante, denominada escuela, no se extinga con los severos vendavales de la violencia cotidiana que viene resurgiendo en la ciudades y en el campo.

La llama inapagable del General Santander

Cuando el alto oficial de la Policía Metropolitana de Bogotá manifestó, refiriéndose al problema de Los Pascuales, que se estaba medellinizando la ciudad, al entender de algunos humanos, llamó fue la atención acerca de la necesidad de ponerle cuidado al problema, a la urgencia de trazar políticas de prevención, más que a la estigmatización, para que el flagelo de la violencia no se encarne más, ni viva entre nosotros. Claro está, que en la prevención no se deben confundir las causas de las cosas con las condiciones que las hacen posible, como lo advertía Estanislao Zuleta.

En el documento: Política Nacional del Campo de la Salud Mental (2008), se afirma que Colombia tiene uno de los más altos índices de violencia entre los países de América. Se calculaba que el 85% se debe a conflictos cotidianos y el 15% a causas políticas. En una investigación del año 2012 se asevera que el 85% de la violencia en Colombia, “es generado por transnacionales y explotadores de los recueros naturales” (Vernot, 2013). “La violencia es nuestra mejor industria nacional de exportación” anota Jesús Zárate (1972) en su novela: La Cárcel.

La llama iluminadora del Toberín

Lamentablemente, en la formulación de las políticas sociales remediales y de prevención, los agentes de la escuela, quienes hacemos parte visible del panorama geosocial, no aparecemos; nuestras voces no se escuchan, porque todo se reduce a un asunto de seguridad policial y militar, como si el problema no fuese cultural y político. Y si el lío es cultural y político, la salida no puede ser otra que por la vía de la cultura y de la política, y en eso la institución que más tiene que aportar es la escuela. Si la tripulación de esa barca llamada Colombia no reconoce en su integridad a la escuela primaria, básica y universitaria como su faro, el hundimiento en el océano de la violencia será inminente.

¿Por qué hay que pensar en los niños, en los maestros y en la cultura?

La llama inconfundible del Divino Maestro.

Porque el currículo oculto que evidencia los duelos de los niños, adolescentes, jóvenes y adultos atraviesa el corazón de la escuela, prácticamente la tiene contusionada y en esas condiciones es muy difícil centrar la atención en el currículo formal. La tristeza del niño, el llanto del adolescente, la desconcentración de unos y otros en las clases, como consecuencia de la falta de elaboración del duelo, la huerfanidad, el miedo, entre otras emociones negativas, marchitan los pétalos del educador. Y así, el color de la alegría, el aroma estimulante del aprendizaje y el pedúnculo de la salud se transmutan. “Al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.”

También hay que pensar en los niños y en los maestros, porque, como suele ocurrir, algunos medios de comunicación “tiran la piedra y esconden la mano”. Dicho de otro modo, avivan intrigas, imprimen estigmas, desinforman, condenan inocentes y absuelven culpables, sin pensar en las consecuencias o en las secuelas que quedan en la mente de millares de infantes y adolescentes, correspondiéndole a la escuela hacerse cargo de enmendar unos males sufragados por otros, de asistir procesos de desaprendizaje, de pungir vómito para despertar el apetito. “La adolescencia grita lo que la infancia calla” y esos gritos se oyen en las aulas. En el desarrollo de los acontecimientos y en la implementación de las políticas, la prevención brilla por su ausencia.

Pero los maestros y directivos docentes, para poder observar el bosque, necesitamos dejar de mirar la claridad del afuera por medio de la hendija del obscuro salón de clase. Se requiere condescender que la luminiscencia entre al salón para que ahuyente la obscuridad. En otras palabras, la situación de violencia que se vive en Los Cerros y en Macondo hay que leerla, contemplarla, interpretarla, escribirla en el currículo y transformarla en la práctica. ¿Cómo? “El que tiene un por qué para vivir sabe soportar cualquier cómo” decía Nietzsche.

La llama espléndida de Friedrich Naumann

¡Maestros, no dejemos que la noche obscurezca a los Cerros, ni a Macondo. Mantengamos encendida la llama de la escuela. La madre Teresa de Calcuta, en alguna ocasión dijo que cuando más oscura está la noche no es el momento para arremolinarnos unos en torno a otros, cubriéndonos de manera mutua los miedos, sino que resulta preciso encender una luz, aun cuando sea la llama vacilante de una vela. No lo dijo exactamente así, pero de esa manera lo recuerdo.

Si necesitamos mirar con los ojos cerrados y desafiar el concepto Piagetiano de la acomodación hagámoslo, porque a veces con las pupilas descubiertas los distractores nos impiden concentrarnos y abstraer. Hay momentos en los cuales los seres humanos cerramos los ojos, para ver situaciones que no son tan perceptibles para el cerebro, por la vía visual. Ese ejercicio es saludable, ya que le posibilita a la persona fijar más la atención, imaginar, valorar el mundo no captable con los ojos abiertos, reflexionar, soñar y encontrar salidas en la obscuridad, desde la noche de los despiertos.

Algunos aportes del Nuevo Horizonte

La llama ardiente del Nuevo Horizonte

“La mejor crítica a un río es construirle un puente” glosó el escritor. Caminante si hay camino y lo hacemos al andar, sería la replica a Machado. Un camino que no se puede hacer pensando para el pasado, es decir exclamando: “si hubiésemos hecho X entonces Y”. Se hace primordial pensar el presente en el presente, educar en la vida para la vida misma.

En este sentido, el Nuevo Horizonte, un centro escolar erguido en la cordillera de los Andes, provoca a los colegios de la localidad, de la ciudad y de la nación a compartir sus puntos de vista, acerca de la situación de violencia que estamos viviendo, a escribir. “Es un deber cívico y político de los latinoamericanos escribir” decía Manuel Mejía Vallejo.

Jinna, la alumna/maestra con la profe Claudia
y otras estudiantes.

Del seno de nuestro centro educativo han aparecido varias pócimas, una de ellas: Las Capsulas de la Convivencia. Ahí le metemos un poquito de combustible a la enseñanza de las normas con el ejemplo. En esta última actividad, unos maestros optamos por “hacer el oso” como dicen algunos colegas. “Hacer el oso” no es otra cosa que inspirar la puesta en escena de las normas de Convivencia y los valores con el ejemplo. “Ya se sabe – apunta William Ospina (1997, 46), en ¿Dónde está la Franja Amarilla?- que la única pedagogía es la pedagogía del ejemplo”.

La alumna/maestra viviendo valores con los estudiantes de grado sexto. Pero más allá de la pedagogía está la psicagogia, ciencia encargada de modificar el modo de ser del sujeto, mediante la percepción, más que del aprendizaje, porque los valores – como lo sostiene Maturana (1997, 265)- no se enseñan ni se aprenden, “se viven o se niegan”. En esta línea de ideas, lo que ha hecho la alumna-maestra y las maestras que aparece en las fotos, es un acto de amor, entendido como “el reconocimiento del otro como legítimo otro, en la diferencia con uno.”

La ruptura de ese muro que separa al estudiante de los directivos y docentes, por medio de un acto como el que nos ocupa, funda actitudes de confianza y hábitus, evocando a Víctor Frankl (2004), que hacen ostensible una relación horizontal entre pares, potenciadora del desarrollo emocional e intelectual. Imprime una educación inconforme y reflexiva, “que nos inspira un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora, que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia”, parafraseando nuevamente al escritor de Aracataca (1995). Queda a merced del lector desplegar la iniciativa y compartir la experiencia, sobre todo el sentir y pensar de educandos, padres de familia y educadores.

Dos alumnos de grado 12 junto al profe Jamir.

La insinuación a la llama de cada uno de los colegios, acompañada de una foto, es un reconocimiento a su existencia en medio del conflicto, es una apología al coraje y a la ternura que les acompaña en el día a día para educar, es una convocatoria a la reflexión sobre la experiencia y a poner en común puntos de vista variopintos, en una sociedad que exige tomar postura ética y política ante los acontecimientos, lo mismo que a ensanchar los caminos canalizadores hacia la vida y la inmensa energía creadora, que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia. Queda pendiente la reflexión sobre los colegios particulares. 

La licenciada Luz Mery Quintero danzando.

Es urgente, decía Sábato (2000, 130), “encarar una educación diferente, enseñar que vivimos en una tierra que debemos cuidar, que dependemos del agua, del aire, de los árboles, de los pájaros y de todos los seres vivientes, y que cualquier daño que hagamos a este universo grandioso perjudicará la vida futura y puede llegar a destruirla… La búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación… No podemos seguir leyéndole a los niños cuentos de gallinas y pollitos cuando tenemos a esas aves sometidas al peor suplicio…

El ejemplo con la danza: un lenguaje con muchas imágenes y mensajes de cambio para los niños. En la foto anterior, la licenciada Luz Mery Quintero, incentivando a los estudiantes a convivir a través de la danza. En la siguiente foto, la maestra Aurora Mayorga, de la sede Buenavista, mostrando atuendos De la región  y danzando frente a estudiantes, padres de familia y educadores.

La licenciada Aurora Mayorga

Por último, se le puede correr el cerrojo a este portón, advirtiendo que:

 

“Por culpa de un clavo, se perdió la herradura, por culpa de la herradura se perdió el caballo, por culpa del caballo, se perdió el jinete, por culpa del jinete, se perdió el mensaje, por culpa del mensaje, se perdió la batalla, por culpa de la batalla, se perdió el Reino.”

Franklin, 1792

 

Veladora hecha por estudiantes del colegio, reciclando.

 ¡Por culpa de la violencia se viene perdiendo la vida, la familia, la escuela, el estado, la sociedad y la naturaleza! He ahí el efecto mariposa. Por eso, sigamos muy atentos la relación de los clavos con la herradura, en este desafiante cabalgar por el camino de la esperanza, con el mensaje de los Derechos Humanos, a la luz de esa llama denominada educación, para continuar librando batallas por la existencia, en el reino de la vida.

Referencias bibliográficas.

Arango, Gonzalo (1993) Obra negra. Santa fe de Bogotá, Plaza y Janes.
Bermudez Q., Suzy (1995) Culturas para la paz, Bogotá, Fund. Alejandro Ángel Escobar.
Frankl, Víktor (2004)  El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder.
Maturana, Humberto (1997) Santa fe de Bogotá, Tercer Mundo Editores
Melo, Jorge Orlando (2013).  Malas propuestas. http://www.eltiempo.com 30 01 2013)
Ministerio de Protección Social (2007). Política Nacional del Campo de la Salud Mental. Bogotá DC.
Ospina, William (1997) ¿Dónde está la Franja Amarilla? Bogotá, Grupo Editor Norma.
Sábato, Ernesto (2000). La Resistencia. Buenos Aires: Seix Barral, p. 130
Vernot, Alex  http://www.abpnoticias.com
Zárate, Jesús (1972). La cárcel, Bogotá: Planeta

José Israel González Blanco.